Hoy he comenzado a asistir a un curso de formación subvencionado por el SCE (Servicio Canario de Empleo ). Casi 500 horas me separan de la obtención del diploma acreditativo, que me permitirá acceder a prácticas en empresas para probar profesionalmente en el mundo de la asistencia social.
La eviada-paradoja está en la titulación. En realidad no estoy segura de si se trata de una paradoja o, por el contrario, era inevitable...
TÉCNICO ESPECIALISTA EN ASESORAMIENTO Y TERAPIA FAMILIAR.
La información referente al curso que despertó mi interés por inscribirme, indica que en los próximos años este tipo de ocupaciones tendrán gran demanda. Espero que así sea.
No obstante, mi intención al solicitar la plaza no ha estado tan relacionada con mi situación de desempleo como pueda parecer. Mi motivación se acerca más a una necesidad de conocer la manera de adquirir control emocional frente a situaciones que me crean gran ansiedad. Quiero saber cómo enfrentar mis miedos y cómo superar mis bloqueos, ésos que me impiden argumentar con lucidez mis posturas. Y para ello tengo que conocer cómo actuar frente a quienes desencadenan mi ansiedad y mi angustia, en el momento en el que la agresividad verbal y la expresión corporal amenazante invade la atmósfera, haciéndome sentir ahogo y descontrolando mis emociones.
Hace ya un tiempo que tengo constancia de que, personas que pueden sentirse aludidas por mis palabras, pasan por aquí. Pero nunca han dejado comentarios. Es más, pienso que no comentan por no descubrir su visita, creyendo que no sería posible que yo sepa que han estado. De hecho, en su fuero interno saben que no me extraña su falta de interés , aunque yo les haya dicho varias veces a lo largo de los tres últimos años, que tengo blog y facilitado la dirección electrónica.
Después de tres semanas desconectada de la blogocosa, cuando vuelvo me encuentro gratas sorpresas y el acostumbrado afecto en forma de "¡Toc, toc! ¿hay alguien?"... (Sois la leche y... ¡¡Pitu va a venir a las Canarias!!)
Mi hermano R. y mi cuña N. han estado unos días. Se marcharon el sábado y me he quedado con un amargo sabor de boca. Mis expectativas eran otras. Le he notado distanciado y más encerrado en sí mismo de lo habitual. No se lo he dicho porque pensaba que podía estropearle las vacaciones. A toro pasado veo que ha sido un error no comunicarme con él, puesto que lo que le atenaza le ha impedido relajarse y disfrutar. Con lo que yo he fracasado doblemente.
Él negará automáticamente su estado de agarrotamiento en cuanto le exprese lo que me ha transmitido estos días atrás; probablemente dirá que estoy equivocada, que no lo entiendo.
Lo que no podrá rebatirme es lo que he sentido yo: he sentido su desconfianza y mucha brusquedad. Hubo días en los que me parecía estar en Burgos, rodeada de los malos rollos de siempre de nuevo. No era R. en concreto, sino lo que traía consigo en la mochila, la mala hostia que le rodea allí...y de la que yo me he alejado. Me he sentido culpable por dejar allí a mis hermanos pequeños, rodeados de tanta ponzoña. Después sopeso las opciones y me tranquiliza tener una absoluta certeza de que el camino tomado es el correcto, el paso dolorosamente necesario hacia la independencia emocional , que era inconcebible rechazar. Pasará a ser un cambio positivo en el momento en que yo recupere las riendas de mis emociones.
El momento está cerca. Me cargaré de fuerzas para extender la alfombra de la comunicación más dialogante que me sea posible. Si quieren escucharme, me oirán. Y aspiro a conseguirlo sin derramar lágrimas, serena y templada.
Pero ya hace mucho tiempo que dejé de creer en las bonanzas de la unidad familiar tradicional. Si después de plantear mis posturas vuelvo a ser atacada y tachada de desarraigada, no intentaré hacerles cambiar de idea ni remover sus conciencias.
El tiempo es nuestro implacable enemigo, y ahora que he descubierto que aquí puedo recuperarme y ser muy feliz, no perderé ni un minuto más de lo necesario.