La noche del 9 de marzo de 2008 me embargó una sensación de desesperanza terrible.
No era ni mucho menos la primera vez que vivía con decepción los resultados electorales, puesto que lo de IU fue una debacle anunciada y progresiva. La repercusión del radicalismo de la caverna en las filas izquierdistas era previsible y el voto útil también se adivinaba triunfador de antemano.
Pero, a pesar de que Marihuano se quedó en el banquillo de la oposición, las consecuencias de la pérdida de diputados de IU se me antojaron en ése momento como un drama. Ya ven, una que se lo toma todo muy a pecho...
La influencia y apoyo de las políticas de izquierda se han visto claramente mermadas en el primer año de legislatura, en el que la puta crisis no se ha gestionado con la valentía necesaria que han de tener los políticos socialistas en este país. Sólo con mencionar el fracaso de las medidas puestas en marcha para inyectar liquidez a los botines y cía, se evidencia la ausencia de determinación que muchos nos esperábamos de este gobierno.
Pero el desasosiego aquella noche tenía relación con las políticas sociales.
Después de equiparar la unión de homosexuales a la de los heterosexuales en el nivel jurídico y en derechos y de sacar adelante la Ley de Dependencia (a pesar del boicot sistemático que ambas han sufrido por parte de los gobiernos autonómicos y de las objeciones de los jueces-pedroyvilma-picapiedra), pensaba que ya era hora de subrayar los derechos y libertades que se nos niegan a las mujeres en este país, es decir:
Nosotras parimos, nosotras decidimos.
Esto es muy necesario, aquí y en la Argentina
Y junto con el derecho a decidir lo que pasa en nuestras vidas, es fundamental que se regulen y sancionen las declaraciones y objeciones fundamentalistas que limitan nuestro derecho a no ser madres si no queremos, nuestro derecho a decidir sin temor a la estigmatización o reprobación moral de ésos que quieren niños para el registro de la Iglesia o, lo que es peor, para dañar su frágil existencia utilizándolos como objeto de sus perversiones y a los que, más tarde, el Vaticano no prestará oídos.