Dices que no, que no te conozco.
Conozco esas palabras dulces, esas declaraciones de amor, esas falsas promesas de felicidad que le haces. Los besos, las caricias, los celos que pretenden ser la marca territorial sobre ella... también los conozco.
Te conozco tantísimo que sé lo que llegará después. Llegarás a decirle lo que no te gusta que se ponga, ya que tú sufres por los celos. No admitirás una llamada de un amigo ni que ella se detenga a saludar a alguno que no conoces. Y aún más: cuando todo el mundo menos ella vea que no la quieres, porque la tratas como si fuera propiedad privada, ya no querrás que hable con nadie, que trabaje, que salga a tomar un café con las amigas o a pasar un día en el parque de atracciones con su familia. Dirás que te duele y que si ella no hace lo que le pides, no te quiere.
Pero no tendrás suficiente con eso. Cuando ella sea un guiñapo, una sombra fantasmal, cuando crea que no tiene a nadie más que a ti y cuando hayas conseguido ningunearla hurgando en las heridas de su alma, entonces empezarás a sentirte su amo. Comenzarán los pleitos y las humillaciones más duras. Entonces y sólo entonces, será cuando se vea tu verdadera faz. Pero para ella ya será tarde, porque tú ya la habrás convencido de que todo es por su culpa: por no vestir como te gusta, porque ella no tuvo tacto al hablarte, porque saluda al vecino en el portal...cualquier excusa valdrá para la bronca.
Ella no te conoce y sigue esperando que cambies, que vuelvas a ser aquél que la enamoró. Pero tú no eres.
Y yo te conozco.