Siempre, incluso en mis épocas de mayor actividad en la blogocosa, fui inconstante y vaga. En ocasiones no se trataba, para ser justa conmigo misma, de pereza o ausencia de ideas para escribir un post decente.
Cuando volví a escribir esta dirección en la barra de Google hace un poco más de una semana, lo hice con la intención de echar la mirada atrás. Buscaba emociones de cualquier calidad. Daba igual si eran tristezas, risas, alegrías o tal vez rabia descontrolada. Buscaba un baño de ensimismamiento para salir de mi yo cotidiano.
Fue así como me percaté de una singular cuestión. Ha sido de esa manera como pude ver en qué grado me ayudaba este rinconcito mío que era compartido con pocos pero muy buenos.
Pasan los años y resulta que no sólo te has casado y has sido madre de dos personitas. El paso del tiempo, ese juez implacable pero también el mejor maestro que la vida puede dar cuando sientes que tus referentes o ya no están o están muy lejos, te hace pegar una voltereta triple mortal mientras te abofetea con lo que ahora contemplas como tierna ingenuidad.
Escribir de nuevo. ¿Cómo no hacerlo? Ni idea. Son recurrentes pensamientos los de "no voy a hacer esto", "no escribiré de lo otro", "más alegría y cachondeo", "no pretendas tener siempre la razón"...
Pero es inevitable: ella siempre vuelve. Y tengo una necesidad aún mayor de dar trascendencia a su corta vida porque ahora la entiendo más. La entiendo mejor y la lloro con más congoja. Lloro ahora de hecho. Es muy jodido aplicar la razón cuando tu corazón sufre. Quiero volver a la templanza y escapar de los remolinos de la tristeza.
<<Necesito volver a la alegría para que ellas trasciendan y luchen plenas de luz y de risas.>>