28 sept 2019

Cartas sin destino, letras para nadie. (I)

Vuelvo a escribir.

Alguien de entre mis amigos más preciados que tengo en la red me habló de catarsis, pidiéndome que dejara de exponerme de la manera en que lo estaba haciendo, en twitter, tras una de mis muchas reacciones iracundas en esa red social.

Me hizo pensar. Lo que le contesté es completamente cierto, no fue catarsis, aquello. Fue soltar al caballo desbocado que hay en mí. Con lo que ello supone y las coces que puedan llevarse quienes no quieres. Es inevitable. Vertí opiniones con las que ni la gente que me tolera estas conductas, por conocerme más, están de acuerdo. Y el problema es que cuando estás nublado, en mi caso particular al menos, potencio todo lo malo, de manera que el tono para discrepar de lo que sea no solo no es el adecuado, sino que puede hacer daño.

Vuelvo a escribir en el blog, que dejé tanto tiempo aparcado, más por mis estados ansioso depresivos que por la crianza en sí, pero a la vez, equivocadamente, ya que estoy segura de que me habría servido de más que empeñarme en integrarme con gente de la que obtienes algo mucho más superficial, a mi entender, que lo que yo obtenía de quienes tenían interés en leerme.

Hoy es el día que mis problemas psicológicos se han cronificado, y podría decir que agravado, y tengo la sensación de que no escribir o dejar de hacerlo ha influido negativamente en esto. Así como la actividad adictiva en redes solo me ha traído problemas. Mi manera de interaccionar cuando estoy ofuscada no es para todo el mundo. Los niveles de empatía que requiero de los demás para no ser juzgada más duramente de lo que es justo, de manera que no me hundan si viene de una persona con quien he establecido vínculos, son muy elevados, lo sé.

Llevo pisando este mundo 42 años. No soy para todos, igual que todos no son para mi. Esas frustraciones las tengo muy superadas.

He conocido al el amor de mi vida nuevo este año que acaba. Él consiguió alejarme de los entornos más nocivos para mi ansiedad, como son algunas redes sociales, Twitter y WhatsApp por encima del resto porque son en mi opinión las reinas del 'Sálvame TIC', en las que más daño se hace con comentarios sibilinos, o al menos a mí sí me ha sucedido, y por la cuestión de las multis/chats en grupo, que son un nido de víboras en ambos entornos.
Me resistí bastante, en realidad y durante el tiempo que ha durado su beneficiosa influencia, conseguí alejarme del peligro sólo cuando me tomé en serio sus consejos. El plan falló intermitentemente, pues cuando lo necesité a él más y no pudo, caí en las garras de la insensatez más perniciosa, de la mano del frío de su silencio inevitable.

Pero la edad me ha vuelto una cínica. En cuanto discutíamos por las cosas ajenas a nosotros, yo no comprendía su punto de vista. En cierto modo le he dado la razón con que soy una cría, porque corría a los brazos de una gente superficial y mal interesada en muchos casos, sin ver que me alejaban de él imperceptiblemente. Volvía a hacer el idiota en un entorno opresivo para mí, en el que era demasiado fácil que me alcanzaran el pus y los detritos.

Me exponía yo sola a que me abocaran a terminar apartándome de él.
Que me da la vida. Que me hace quererme como soy.
Y además, sin saberlo, me ha salvado de una dulce tentación trampa, por el camino, porque gracias a él no estaba nada receptiva con la actuación de navidad del cole que me tenía preparada mi judas favorito.

Le he fallado. Tiene muchos más motivos que yo para quererse tal y como es. Pero no se lo he dicho. Porque soy muy terca y necesito que lo escuche. No que lo lea. Aunque le guste leerme y reírse conmigo.

Ojalá nos encontremos de nuevo, porque yo también le he visto entre la multitud, aunque fuera después de que él me viera a mí.

Ojalá leyera esto: que te quiero hacer reír siempre, mi amor.