22 oct 2019

Cartas sin destino, letras para nadie (II).

Hoy, 21 de octubre de 2019, aún por unos minutos cuando comienzo esta entrada, ha sido el octavo aniversario de mi boda.

Estoy un poco meditabunda con este tema. Ayer, casualmente también, era el primer día del resto de mi vida iniciando una jornada de lunes, comenzando la semana, sola con mis hijas. Ya había dormido sola desde el viernes.

No. En realidad, no es verdad. Dormir sola, aunque, por decisión propia, en el sofá, lo llevo haciendo muchos meses. Desde primeros de abril. Coincidiendo con la primera campaña para generales de este año moribundo.
La cuestión es que estar activa y ocupada es lo que necesito. Y pensar en lo nuevo, en otro estilo de vida, ritmo y proyectos profesionales y personales, me lleva a un estado de bienestar desconocido. 
No, tampoco. No es cierto. Es olvidado, porque muchas veces en mi vida he llevado a cabo, decidido, sopesado, proyectado. Soy una verdadera emprendedora. Decidir por mí misma y tomar decisiones de peso no es nuevo, en realidad. Y es mi esencia y mi carácter, desde temprano. Muy pronto tuve que salir adelante por mis medios.

Y aún así, muy precoz, sí, pero me vi obligada. Ni soy una heroína ni habría escogido esos caminos, en los que acerté y también erré, con buenos batacazos en ocasiones. 
Necesitaba salir adelante. 
Si necesitaba salir de un sitio para ganar mejor jornal que en otro, también lo hacía. Por cuenta ajena, bocazas y exigente con mis derechos, pero no denunciaba, tampoco. Y tragaba. Para salir adelante. Me irrita, lo reconozco, el drama ahora con la gente formada, con estudios, que tiene que salir fuera a currar. No es lo ideal ni lo deseable para el progreso, pero... hay que salir adelante. Forma parte de la lucha y el aprendizaje vital.

En mi juventud viví el que mis jefes, los más enrollados, cuanto más sabían de mi precaria situación, con una menor a cargo y lo putas que las pasaba para pagar la factura del gas y la de la luz, más se aprovechaban. Para mi desgracia, llevo muy mal la tiranía del empresario medio, porque bien mandada siempre he sido. Y rebelde cuando me tocan la moral por un salario de mierda, también; pero a mí que me manden con respeto. 
Así que, de nuevo para salir adelante, necesitaba ser autónoma y así conseguir cómo seguir pagando las facturas, ergo me puse por mi cuenta. Tuve que traspasar los negocios y los traspasé. 

Hubo oportunidad de hacer la locura de salir de la cuna castellana en quince días para dar el salto a una islita en el Atlántico y cambiar radicalmente de vida, con todo lo que suponía dejar atrás. Pero también un sueño que meses antes se antojaba inaccesible, irrealizable. Lo hicimos. Para salir adelante.

Y es por esto que, de entre las cosas que hoy olvidé, junto con que hubiera sido nuestro octavo aniversario, el primero que nadie felicita ni celebra, espero esté el rencor por las palabras pronunciadas meses atrás. 
Es otro cambio, otra perspectiva, que obliga a perdonar para avanzar.
Pero se adormece y cicatriza la herida, nada más. No lo podré olvidar, por la sensación de llevar durmiendo sola mucho más tiempo. Cuatro años, más o menos, desde que las mellizas dejaron de mamar y colechar.

Un dardo en particular clavado profundo, que dejaré en esta carta por escrito, es decir que cambió de cacho de tierra y de vida por mí. Nunca pedí tal cosa. No, no es cierto. 
Mis planes de irme eran muy anteriores y no le incluían porque contaba con que no querría él tal desarraigo. Y yo jamás le habría pedido tal cosa. Le amaba. Desde lo más profundo de mi corazón lo amaba. 
Soy temeraria y nunca se me ha dado bien sopesar los riesgos con los amores complicados. Nuestro amor fue dificilísimo, lo teníamos todo en contra, nuestras familias tiraban todo el rato misiles a nuestra sólida base. Hecha contracorriente y muy robusta, aún así, sufría demasiados embates hostiles; allí no habría durado otros once años. Qué va.

Aquí encontramos nuestro lugar. Pero le esperé, siempre. Me salieron oportunidades, tenía amigos en la isla. 

Fue púrpura mi dolor al oír tal cosa de su boca. Siempre hablamos de un amor sano, sincero, sin mentiras. Con fecha de caducidad. Me sentí tan engañada en ese momento que se me antojó otra faz a mis ojos. Alguien, desconocido para mí, me ha hecho sentir prisionera durante meses de mi decisión de no seguir adelante con la muerte en vida.

Más vieja soy y no entiendo nada, cada día menos, a esas personas que hablan de amores de cincuenta, sesenta años, etc. de manera entrañable. Ese amor se me antoja fraternal y con el ascua apagada, al menos en un tramo muy extenso de la trayectoria recorrida. 
Bravo por los valientes. A mi me gusta la intensidad de la vida para no querer morirme. 
No conozco casos de largometraje que después de más de diez años estén follando aún por las cabinas en plan 'Amor a Quemarropa'. Y aún entiendo menos a las que nunca en la relación han follado así. Pero cada uno sabe lo que se hace, digo yo.
Y lo que quiere. Para... ¿salir adelante?

A finales de abril fue aquella mañana en la que volví a sentir fuego en mis entrañas. Aquel ventidós de abril en que de nuevo me sentí mujer, deseada, VIVA
No una ameba con patas apática y que ya solo respondía a las muestras de afecto de mis hijas. Y con dificultad. Y aterrada por dañarlas con mi hielo seco.

No debimos hacerlo, no debí hacer callar a mi instinto que gritaba en mi cabeza cuando empezaron a entrometerse en lo de "firma en el juzgado y asadero en casa", mi idea inicial tras aceptar el reto. 
Me regaló de pedida un óvalo tallado de ojo de tigre, precioso, engarzado en una filigrana de oro montada sobre madera de coco. Maravilloso, muy yo; de cuando aún me amaba y conocía bien.
No me perdono todo lo que toleré ese fin de semana. Me encuentro hoy, ocho años después, olvidando el día que era hoy. Los recuerdos de la celebración se tornaron amargos.
Porque cuando hay desencuentros y momentos agridulces en un día señalado y trascendente en tu vida, en el que todo debería ser azul cielo, se pone todo en la balanza. Y hoy es el día que pesa mucho más lo malo que lo bueno. Todos aquellos tics, despropósitos, el mal rollo latente entre dos mundos... 
Porque también en esto cedí y me traicioné. 
No debí esperarle, para que no me reprochara nunca habernos ido juntos por mi causa.
No debí ceder; no debí decir que sí a casarnos, algo que siempre sostuve desde muy temprano que no haría, especialmente desde que ya mi mamá no iba a poder verlo. Para que hoy no fuera un día olvidado por mí pero importante para él. No en vano, nos casamos casi once años después de iniciada la relación y el motivo por el que accedí fue mi deseo de ser madre. Boda civil para proporcionar seguridad jurídica a mis hijas, que llegarían dos años después. Ese es el único motivo para no arrepentirme ahora del todo. Ellas. Un motivo gigantesco y maravilloso, paradójicamente. 

No entiendo nada. Pero me siento libre de ser yo. No entiendo lo de la gente que dice cómo han de ser las cosas entre dos para que vayan bien. Entre otros dos que no son ellos. No entiendo ser la parte que más lucha por una decisión que es del otro guerrero y que con tanta perseverancia trató de hacer de los dos. Tal vez no era una decisión, sino una tradición, convención o peor: una ilusión en un espejo. Falsa y dolorosa.

Supongo que hay que seguir caminando y escogiendo opciones en los cruces de las sendas.

Ahora buscando la intensidad y el fuego, porque él está lejos pero en mi cabeza y sigo transitando y trabajando la templanza, escuchando su música del alma, que es la mía también, porque me la mostró él.

Veo desde aquí sus ojos encendidos mirándome, que guían mis pasos temerosos. Paciencia, excitación animal, ternura, remolinos de recuerdos. Sus ojos y sus manos. Las certezas de la piel junto con las frustraciones del corazón taquicárdico, tras años de amordazar unas emociones que sin ataduras se desbocan.

-Aquella despedida fría, contenida y confusa>>


Con un soplido me desarmaría, si fuera el fin perseguido. Paciencia. Él sí entiende lo que necesito. Que el amar no sea problema, eso necesito, en eso entreno, allí voy.

Porque amar no es depender de nadie.
Porque el amor es el medio y es el fin.

El amor que yo quiero en mi vida es platónico cuando espera, resiliente y sosegado. Y erupción de deseo y contemplación de lo bello del placer del otro, cuando haya reencuentros necesarios, en la medida en que el amor viva y perdure. 

<<No soy transparente ya. Y si vuelvo a serlo quizá, será por accidente, espero.>>


Saliendo de las sombras, hacia la luz y la alegría. 

<<Seguimos>>.