Ha llegado el momento. Se cierra una etapa de búsqueda, encuentro, estabilidad y de nuevo desencuentro. Con las personas, con los lugares, con la manera de desarrollarte y sacar partido de tus capacidades.
Fuiste feliz. También hubo espacio para el dolor. Mucho menos que allí pero demasiado para ser aquí. Siempre el rejo kilométrico, hurgando en tu corazón, cavando en tu vida a distancia. Y cagando, cagándotela también, por qué no decirlo.
Hubo un tiempo nada lejano en el que pensabas que te sacaban de este trozo de tierra con los pies por delante. Pero es ahora o nunca, el momento en que sabes que, o lo haces o ya no lo harás.
Es dramático y ha llegado el día de poner en la balanza ventajas y desventajas del sitio en el que nací con respecto de las del cachito en el que debería haber nacido, por amor infinito a este lugar en el mundo.
Y ya no soy yo, somos las dos pródigas, a kilómetros de distancia. Una de nosotras hizo el periplo varias veces: Burgos-Barna-Burgos-Gotemburgo-Burgos-Lanzarote. Otra solo de la aldea a la islita. Pero ratoncillos en estampida nos representan. Y necesitamos mucho sosiego para no escondernos en el rincón.
En uno de estos retornos ella se topó con el primer vampiro emocional que la dañaría.
Y no puedo olvidar, ni lo haré jamás, cómo mis hermanos, los que debían protegerla y estaban más cerca que yo, con una clara encomienda además, observaban callados mi faz de desolación, esperando probablemente la explosión de ira, cuando al acudir a Burgos con ella tras saber lo sucedido, entré guiada por ellos en el antro en que se ganaba el sustento para pagarse un alquiler lejos de quienes deberían haberla cuidado.
Vamos allí. Llevaré a mis hijas al foco del dolor, al origen de su propio origen canario.
Y no será sencillo.
Hay mucho rescoldo aún que necesita de poca corriente de aire para prender.