Las miradas que lo dicen todo.
Es un idioma y nos reconocemos. Buscamos un deseo oculto en los ojos de alguien que nos roza, queriendo o no. Es simple juego de pícaros. Pícaras miradas, juegos de deseo, de revancha, competencia. Juegos silenciosos entremezclados con sinceras o deshonestas manifestaciones verbales, orales y escritas, que la mente prepara y moldea antes de dejar salir al mundo, si es que llegan a salir.
Las miradas hablan y engañan igual que los labios y los periódicos y la gente en el antro, cuando habla con segundas intenciones y escribe con otras aún peores que esas. Y te malean. Te moldean, afectan, hieren y dan aire para respirar también.
Esa crueldad. No volver a ver. Sin miradas que hablan y se clavan. Sin saber qué quería de mi. No saber y al pensar en ello, que te inunde la tristeza, no poder controlar los dedos sobre las teclas que vuelven atrás una y otra vez.
Cómo no buscar otra mirada linda, limpia, sincera, que rellene ese agujero negro hondo, profundo, de lo que la embustera malogró en el centro del pecho.
Y ven esos ojos, igualmente. Las magulladuras. Pero no se arrogan sapiencia en estas lides de dos. Son curiosos, sagaces y listos. Pero no dejan de observar y captar todo lo que hay entre ellos. Con la mirada de la realidad, de los momentos vitales que no tienen desperdicio, porque son un regalo de la vida, entre brega y golpes bajos. La mente clara, las trabas, las ventajas, los inconvenientes. El secreto.
Sigo pensando que ha habido cantos de sirenas y miedo a lo desconocido, prejuicios y temor. Nunca confianza. Nunca cariño sincero. Nunca la verdad sobre esos ojos clavados.
Si no puedo olvidar esa mirada, tendré que inventar a un vampiro nuevo.
Una mirada que esconde vida vivida y perdida, la mía. No sabes nada, Nadie. Ni quieres saber, te pusiste una venda.
Ni ves ni te veo.
Porque no hay luz, siempre es, que no se ve.