31 mar 2020

Mórdex.

Un día cualquiera. Pero están muy cuesta arriba; jornadas de luto y de devastador dolor que no se puede vivir a la manera de uno. Ahí en ese lugar infecto, te dicen hasta cómo ha de sangrar el corazón tuyo. Dolida vengo, desde hace días, y no sé explicar bien mis sentimientos. Diría que la perplejidad me tiene paralizada. Qué manera de arrancar entrañas ajenas.

Desempolvando las sonrisas. Las de emergencia. No hay certeza de un estado de ánimo que las acompañe. Sí hay, siempre la hubo, de tener disposición para la risa y la carcajada.

Las manos cada vez marcan más las venas. Con uñas largas y cuidadas serían más bonitas. Pero también más incómodas. Y no solo para teclear, limpiar el baño, fregar los platos. También puedes hacerte pupita al masturbarte con ellas.

<<No te las muerdas, hija...>>

Las dejé largas, mucho, para ese día. Nunca aguanté demasiado tiempo sin cortármelas, con rabia por estar harta de enganchármelas con todo. Y sin embargo, lo hice por ella. Entre todos los actos de homenaje, me quedé con el más absurdo. Pensaba que, de haber estado, le habrían gustado.

Qué tontería, mamá. De haber estado a mi lado en 2011, estoy escribiendo. No se habría celebrado esa traición a mí misma. Y recuerdo, ahora sí, sonriendo, cómo me divertía hacerte rabiar con eso: "Yo no me casaré nunca"

Y tus bromas: "Hija, tú cásate con un abogado, un ingeniero... alguien con posibles, que nos saque de pobres". Mamá y su sarcasmo.

Tú sí que eras un ejemplo de entereza. Una cómica de barrio y una jabata en la lucha. Lo que me fastidiaba ir contigo a la compra. Mucho. 

<<Mamá, por favor, si te encuentras con gente no te pares media hora a hablar, que tengo examen de Historia esta semana y lo llevo fatal.>>

Y entender que le daba la vida, tantos años después. Que la tristeza era cruzar el umbral y esperar la monotonía de la incomprensión y los sueños rotos. Porque ni la tienda de él ni el restaurante tuyo. Pero se intentó solo lo primero. 

Carcajadas.
Y media hora no, era hipérbole. Pero para uno solo de los encuentros casuales. En total, teniendo en cuenta que en la ida tres o cuatro y en la vuelta otros tantos, a diez minutos de media, raro era el día que te acompañaba y estábamos en casa antes de tres horas desde la salida. Sin embargo, a pesar de mis prisas, no te podías aburrir, era imposible contigo. La popularidad esa que yo rehuía, espantada por mi innata timidez, que te frustraba.
Pero no una popularidad frívola, sino todo lo contrario, de buena vecina. Interés y voluntad en ser alguien con quien todo el mundo quiere echar una charla, por rutinaria y anodina que fuera. Que en absoluto.
Carcajadas: "Ay, Agus, eres tremenda, qué cosas tienes. Ya te hiciste socia este año que hemos subido a 2ªB?"
Y yo cagándome en todo porque con el fútbol era previsible que se enrollara más la cosa. Otros diez minutos mínimo y el tocho de Historia Antigua a examen, con el profesor más pedante que tuve en mi vida, esperando en mi mesa de estudio. Porque además tenías confianza ciega en mí, como estudiante responsable.

Tienes una nieta que es como tú. Igualita, con sus ojos sonrientes desde que nació. También es como yo, en realidad, porque al final caló y es otra de mis dualidades. Tímida y desinhibida en privado, con gusto por el cambio rápido de registro. De la tristeza a la payasada en décimas de segundo.

La amargura de saberte hecha para el disfrute de todo lo que no has visto ni conocido. Y a la vez sentirme obligada a cambiar el chip. Pero no por ellas, eso no. Ellas no me obligan a cambiar el chip, lo que hacen es provocar el cambio con sus ocurrencias. Si no fuera por ellas... yo no sé, mamá.

No me gusta el antro de las vanidades porque, cada vez más, observo una creciente dificultad para ello. Y porque hay risa frívola. Malvada. Mofa hiriente de la que a ti no te gustaba un pelo. Y es mentira que quienes la practican tengan un sentido del humor mejor que el tuyo. Que el mío. Esa patraña de que se ríen de sí mismos, también. Eso no es posible si no viene todo en el mismo tarro de esencias, envuelto por un papel de estraza humilde. La importancia de entender que no se ríe uno de los demás mientras no sabes reírte de ti mismo. Y, aún así, comprender que hay un límite que nunca se traspasa. Humor negro, humor blanco... humor boomerang. Primero tus cagadas y luego, cuando te hayas asegurado de que no eres un mediocre que hace chistes de tópicos manidos, plagiados, bajando la testuz cuando así lo ordena el monarca de turno, aceptando guiones que no estaban previstos y que sobre la marcha van licuando la poca gracia del sombrero cascabelero, que tenía su propio, personal y jocoso estilo.

<<Amargura, mamá. Lo trae la depresión. La enfermedad no diagnosticada que interfirió en tu curación. Sin duda.>>

Y lo de las uñas, que te tenía desesperadita, se soluciona con un esmalte transparente que amarga mucho. Pero daba igual, no fue útil porque me costaba más estar sin practicar el mal hábito que chupar el mejunje para evitarlo. Y te chivaste a mi tutor, mamá. Para que intentara colaborar contigo en lo de que no me mordiera las uñas. Para que me llamara la atención si me veía echarme los dedos a la boca en sus clases. Y vaya que si lo hizo. Pero el mórdex siguió sin ser impedimento. Pasaron muchos años sin volver a utilizarlo.

Y cuando lo volví a usar, fue por recomendación de un pediatra, desesperada por destetar, con el no ofrecer pero no negar, a tu nieta la rubita, que no soltaba la teta y hubo que "amargársela". No, no es cruel, aunque ya sé que te lo habría parecido.

Mujer dura, resiliente, pero dulce, contadora de historias, alguien dicharachera y reconocida en el barrio como auténtica. Eso aprendí. De puertas para dentro, ese pan con vino y azúcar, esos cigarros bajos en nicotina, que yo aborrecía. Para calmar el agobio de la soledad en la lucha, de las muestras de indiferencia a tu padecimiento.

Amargada nunca. El chiste a punto, la vacilada y el punto de encuentro. Y cuarenta días de hospital y una enfermedad que lo cambiaron todo. Una tristeza infinita con la que no quisiste vivir. Para eso no, pensabas.

Una última tarde, antes de perder la conciencia, de ti tal y como te habíamos conocido, inducida por los fármacos que acelerarían tu adiós pero que te devolvieron horas de alegría y planes para ir a los toros en Sampedros. Cada tarde invitada por una persona distinta que te quería acompañar, compitiendo entre ellos y devolviéndote la risa a carcajadas antes del inminente desenlace, que nos parecía increíble y que tú no sabías y nosotros sí. 
"Horas, días, quizá una semana. Lo lamento mucho", dijo la oncóloga.

Y tu cara feliz, jovial, mientras te llegaba la hora, mucho antes de la primera bajada de las peñas de ese año. Qué trago. Pero qué maravilla, también, que te fueras de ese modo.

Amargo mórdex, amargo amor, amargo el lúpulo.

Y mi rabia flotando estos días por amarguras superficiales, banales, idiotas, de personas que hablan del sabor amargo sin tener idea de qué es eso. De amargar vidas, pero solo las suyas. De gente que no le echa azúcar al vino en pan. Que sólo odian y por eso no saben amar. Que se creen dulces clementinas y son pomelos de dieta. Que no saben lo que tienen a su lado. Que se mienten y que engañan como resultado de eso. Que se erigen como narradores omniscientes y no llegan ni a personaje secundario del primer olvidado capítulo.

Gente que esparce hiel, mórdex, que no saben amar ni tocar ni abrazar ni dar sosiego al alma.

Lo peor de mis depresiones, mamá, es que escupo bilis y verdaderamente me odio por ello, al pensar en tu manera de ser y en lo que veo de menosprecio hacia ti cuando tengo unos ojos que son los tuyos en mis hijas, tus nietas.

Heridas que no cierran en sitios donde no me conocen.

Y yo caí en un amor cruel, mamá, y me siento estúpida. De un compañero de la pura amargura. Y la pura amargura lo apartó de mí. Me duele que haya conocido mi lado dulce y paliativo y haya escogido la hiel. Pero no permitiré que se quede. Se irá el ricino que dejó de ella.

No seré yo, pero a ti no te descalzan. Yo soy agridulce, no seré dulce, pero no soy amarga.

Con el tiempo dejará de doler y empezaré de nuevo, con tus ojos negros, con tus bailes y tu vida sin decisiones libres que no amargó lo suficiente. De qué se quejan, de qué. De algo muy negro, tal vez. Del dolor de los demás que no es amargo. Como el suyo. Ahí no convive ni siquiera el cariño, de puertas para adentro. Bien lo sé, lo he visto muchas veces en contraste con tu actitud vital.

Con una semana de untar pezones bastó. Y ya no volví a ver el Mórdex...

Porque sí: me sigo mordiendo las uñas cuando estoy nerviosa.


<< Dejadme de hablar no me hace reír, la gente normal se podría morir...¡Qué sonrisa tan rara!>>

 

EXTREMODURO | AGILA | 1996


30 mar 2020

Ego sin alma.

Estaba ya fuera de juego. Una y otra vez las expectativas, que consistían en creer que si ayudaba a reflotar su auto-confianza, nunca lo olvidaría y lo tendría en cuenta en caso de necesitarlo ella. Porque le decía lo bueno, sus cualidades y puntos fuertes, pero no se callaba si lo veía hacer algo que estaba mal o que a ella no le habría gustado, a cualquier persona.

Y él decía que ella era adorable, dura por fuera, pero muy sensible y blandita por dentro. Sobre todo de puertas para adentro, en la intimidad del hogar, salvaguardando la relación de juicios de desconocidos, que por propia y precoz experiencia, sabía devastadores para los que se aman. Muy orgulloso de estar con alguien con coraje y valiente, decía. Que la quería así como era, y que de esa manera de ser estaba enamorado, porque le había servido para crecer en humanidad. Era la cantinela.



Vivir al lado de alguien que, durante muchos años, repetía frecuentemente que la influencia de su gran corazón le hacía ser mejor persona. Y que la base de ese amor y las razones para estar agradecido y loco por ella derivaran directamente de comprender sus errores, propios de quien tiene graves problemas de autoestima por necesidades afectivas no satisfechas en la infancia. Una férrea y autoritaria figura paterna incapaz de amar incondicionalmente, todo el lote: lo que te gusta y lo que no de quien lleva parte de tu carga genética.
Por su parte, ella sólo hizo que creer en él, en sus palabras, aunque nunca pusiera límites a la intromisión continua ni la defendiera de quien le hizo un terrible daño a su confianza en sí mismo. Ser ella la parte fuerte del tándem y que llegara un día en el que él la descuidó, tal como si se hubiera convencido de que era como una piedra sin sentimientos, porque no se arredró ni permitió injerencias.
Descubrir un día que las injerencias se debían a que, a sus espaldas, él contaba la vida privada y familiar, presente y pasada de ella, desde su prisma adaptado a lo que querían oír. Porque no era cierto que no necesitara su aprobación ya, como él decía. Les había abierto la puerta de atrás y había ido juntando granos. Sobre cuestiones familiares en las que ella era hermética. Más aún con gente como ellos, tan dados a opinar sobre la vida de los demás.
¿Por qué? ¿Para qué? Para ganar puntos perdidos con respecto a los otros, que sí habían sido, al menos en apariencia, los hijos modelo soñados. Para ganarse una confianza jamás tenida ni trabajada por los progenitores, sino todo lo contrario, ya que eran hijos temerosos de contradecir imposiciones absurdas y, por esa razón, ocultaban sus andanzas y mentían constantemente. Para que, si un día la historia de amor acababa, que fuera coherente el relato de "está loca y no sabe lo que dice". O algo así.
Juego sucio. Porque ella no contaba lo que habían hecho desde que era un crío, los menosprecios, los "idiota" recibidos por un padre que despreciaba a un niño excesivamente sensible "para hacerse un hombre". De los que el Don entendía como tales.
Porque a él era a quien correspondía, algún día que nunca llegaría, poner las cartas sobre la mesa y decirles cómo le habían hecho sentir. No a ella. Enfrentar la realidad de sus nocivas relaciones familiares era cosa suya. Tendría que ser él, esa era la parte que le tocaba, donde ella no iba a intervenir nunca, ya que, sin haberlo hecho, le culpaban del alejamiento del hijo. Porque la escogió a ella para compartir su vida a distancia del juicio inquisitorial y la intimidad vetada. Por muchas ganas que a ella le dieran en ocasiones de "cantarles las cuarenta en bastos". Por mucho que él supiera que ella a los suyos no les consintió nunca una mala palabra sobre él y que incluso sus relaciones con ellos se vieron afectadas, en forma de alejamiento, por criticarle incluso aunque fuera en protesta porque veían algún gesto de desprecio hacia su hermana, y trataran de defenderla. No lo permitió, ni lo alentó. Y, aunque así hubiera sido, jamás llegó el entrometimiento en sus vidas a estar ni remotamente cerca de la que sería familia política por un montón de años.

Haber vivido cómo le veía su entorno, con infravaloración y mofa de sus capacidades, criticando continuamente su aspecto físico, su valía, su manera de ser que no encajaba con el resto de la tribu. Contrarrestarlo; intentar ayudar en lo que estaba en su mano para quitar esas ideas nocivas sobre sí mismo que le lastraban. Apoyarle en todo lo que pudo. Todo. Siempre.

Y llegar el día en que necesitó que ocupara el mando y no permitiera que se lo hicieran a ella, en momentos delicadísimos en la vida de casi cualquier persona.
Naciendo la prole... hacer abuelos a dos personas que nunca pudieron perdonar que no les escogiera a ellos y la permanencia en la ciudad natal.

Sentir ese daño que le hicieron a él en carnes propias en el peor momento: durante cinco largas semanas metidos en su casa, imponiendo sus costumbres, invadiendo la intimidad de ella, incluso, con insólitas escenas de sobresalto, de transgresión de la alcoba conyugal del hijo, yendo a rezar por sus "pobres nietas" al templo, "que lo van a necesitar..."

Ver que lo permitía, que los disculpaba, que era ella quien debía ser tolerante con personas que fueron a su casa "de vacaciones". Dijeron, literalmente, que habían cogido un avión "para estar con él, cuidarlo y hacerle compañía...", en palabras de la madre. Tal y como si fuera él el recién llegado a este mundo loco.
Para hacerle compañía, que descansara de su paternidad estrenada por cesárea y echase la siesta mientras ella estaba sola, en el hospital y recién parida. No. Sola no. Si los enfermeros, enfermeras y auxiliares hablaran... Hasta el obstetra y el pediatra de maternidad iban a la habitación y quedaban perplejos de que casi siempre estuviera sola. La que estaba de mañana el día del alta se quedó con las ganas de decirle al nuevo papi cuatro cosas ese día. La que le ayudó con la lactancia, tres cuartos de lo mismo.





El día mismo que ingresó, horas antes de la intervención programada, para el pre-operatorio, hasta un celador les echó la bronca cuando no llevaban ni media hora en el hospital. Pero personas educadas y pacientes, que están curtidos en ver ese tipo de escenas, bastante tienen con el gran trabajo que hacen. Quedó en nada, finalmente … salvo un comentario confidente al día siguiente, cuando ella ya estaba más centrada en las nuevas vidas que dependían de su abrigo y protección.

La que no se calló fue la hermana, el día que llegaron con dos horas de retraso, alrededor de las cuatro de la tarde y después de echarse la siesta, para que ella pudiera llegar a clase del ciclo de artes gráficas que estudiaba. Sin haber pisado ninguno de los tres, ni papi ni abuelos, en toda la mañana. Otra loca más, según el Don. Montaron la mundial.
"¿Para qué detenerse más en esos pensamientos?", pensaba ahora. Fue duro y horrible enfrentarse, nada más parir, a la realidad de la familia que sus hijas tendrían que tratar. Porque, claro, ellas tampoco se salvarían del juicio continuo, ni siendo bebés siquiera.

Qué mes, qué angustioso le era aún recordarlo. La invasión brutal e irrespetuosa de la intimidad, como que fuera la propia casa de ellos, con sus mochuelos dentro. Porque así los veían y así los trataban aún. Con condescendencia y como que no fueran adultos.

Y no mejorar. Desde que la cagó cediendo con pasar por el aro del casorio, notaba claramente que Don y Doñita pensaban que eso les daba más derecho a invadir. A peor. Y peor. Y peor. Y empezar a afectarla gravemente. No ya el juicio continuo sobre ella, sino que protestar en privado para que él lo parara; Y no hacerlo nunca. Llegar a pedirle que se callase en momentos en los que se intentaba defender ella misma. Sufrir tanto por la falta de empatía y de reciprocidad en el amor, viendo cómo le importaba más que no pensara el Don que es un "calzonazos", como por el empeño de negar la evidencia.

Y un buen día, empezar a escuchar comentarios hirientes. Sobre su físico. Sobre su familia más cercana y querida. Y lo peor: para defenderse del reproche de que no ayuda suficientemente ni con la prole ni con la casa, minusvalorar ese trabajo valiosísimo de cuidados y organización del hogar. Es decir: menosprecios claros a las "amas de casa" convencionales, ya que la suya era de otro tipo; una niña bien privilegiada por ser hija de un afín al régimen, que estudió y opositó y trabajaba fuera. Porque todo va pasado por el filtro de su hermética casa paterna, en la que ningún amigo se quedó nunca a dormir, al igual que no les era tampoco permitido a ellos. No fuera que vieran otro tipo y manera de funcionar que no era la de su núcleo totalitario. La de su madre, por ejemplo, respetando la intimidad de los hijos y dando más valor a la escucha y al conocimiento de los problemas que puedan surgirles, para dar apoyo emocional, que a las cosas materiales y los caprichos, que también los tenían y no siempre podían satisfacerse.

Menosprecio continuo, deliberado y mucho más agudo cuanto más desorden y suciedad les rodeaba, de los trabajos físicos y manuales.

Y empezar a morir el amor. Y ya no tener ganas de dar ánimos cuando viene a mendigar comprensión y empatía. Y perder él lo que tenía en ella, un apoyo incondicional. Era irremediable porque no sólo no hubo ni comprensión ni cariño ni apoyo ni responsabilidades asumidas como propias, sino que hubo machaque y abandono. Soledad y desamor. Hielo. Ahí ella ya no podía darle ánimos ni subir su autoestima. Era su turno. Le tocaba a él e hizo lo contrario de ayudarla a salir de esos complejos, en gran parte por él creados.

Y cuando cesó la admiración y ella, por problemas de salud, ya no pudo dar lo que le daba, amor propio y confianza en sí mismo, en lugar de tratar de arreglar el estropicio, optó por buscar a otras personas que de nuevo le hicieran sentirse el mejor. Pero por la vía de la adulación y el peloteo interesado. Cuando le advirtió de eso, no hacer ningún caso. Y cuando le dijo que esas personas destrozarían lo que quedaba en el brasero, no querer escuchar en absoluto las súplicas pero hacer como que sí y ocultar. Cada vez más. Mentiras por omisión y mentiras explícitas y evidentes.

El narcisismo extremo, el de quien cree que sus mentiras son verosímiles porque el de enfrente no es tan listo. A medio camino del Don.




20 mar 2020

Verdugos afables.

Recordaba aquella noche nítidamente, a pesar de los años transcurridos. Que, curiosamente y aunque su memoria retenía los detalles de la estancia perfectamente, no podía precisar de manera exacta. No recordaba si tenía ocho, nueve o diez años de edad cuando sucedió. Sí que sus hermanos mayores estaban en un internado, en Palencia. Y recordaba que ella y su hermano más pequeño gritaban y lloraban, asustados por la escena de extrema violencia contra su madre.

Había llegado mamado y tardísimo a casa. Ellos llevaban acostados y dormidos un buen rato, cuando empezó la discusión.

Su memoria no había podido olvidar nunca ese rincón de la cocina, son sus azulejos blancos de dibujos geométricos, en gris y naranja, su radiador de la calefacción central ardiente y sus cortinas de a cuadros azulones y blancos.

La madre tenía cara de terror y gritaba de dolor a cada golpe. Corrieron a intentar quitárselo de encima pero eran aún pequeños, de modo que ambos recibieron también varios puños de rebote, lo que hizo que ella se envalentonara quitando las manos de la cara para gritar "¡A los niños no! ¡desgraciado!"

Y entonces aprovechó para aplicar el puño otra vez en la cara de ella, que, debido a la borrachera, erró parcialmente, dando de refilón en la mejilla, pero acabando la trayectoria con toda la rabia sobre el radiador de hierro pintado de blanco. El dolor pareció sacarle de su ensimismamiento canalla. Quedó un momento mudo. Apenas nada, tres segundos, para volver a vociferar blasfemias e insultar otra vez a la mujer, mientras ella ya se había zafado del rincón en que estaba por él acorralada, para salir rápidamente de la casa con los niños y pedir ayuda a la vecina que daba puerta con puerta. Nadie abrió, así que corrieron escaleras abajo hacia la casa de otra vecina de más confianza, la del quinto. El marido estaba en casa también, eran buena gente y sabían lo que pasaba, aunque lo normal en aquella época era que nadie se metiera en los asuntos de nadie, a pesar de la evidencia, hasta que había episodios de esta gravedad. Aquella noche traumática, el vecino se ofreció a subir con los tres a casa, para que el padre no se atreviera en su presencia a continuar con la paliza, intentar calmarlo y que se acostaran. Y mañana sería otro día.
Y efectivamente, los días siguientes a las agresiones, él volvía del curro suave y manso. Comían en silencio e incluso se podría decir que se percibía un atisbo de vergüenza en la cara del padre de familia. Y la madre callaba. Por varios días no se dirigían apenas la palabra, salvo para lo imprescindible.

A veces los dos pequeños estaban en su cuarto haciendo la tarea del cole y la oían sollozar bajito en la cocina, mientras planchaba o trajinaba en las tareas domésticas. Otras veces ella llegaba a casa del colegio y desde el otro lado del umbral, antes de llamar al timbre, escuchaba a su madre hablando por teléfono, diciendo que no podía más y que quería separarse.

Tantas veces que escuchó aquello cuando la madre pensaba que no la oían, que, al no materializarse ninguna de las veces, la pequeña empezó a pensar que los adultos decían cosas que luego no hacían, que mentían mucho. Que esas cosas que no hacía su madre después de insistir mucho en que esta vez sí, al interlocutor al otro lado del teléfono, alimentaron el rencor no solo contra la violencia de él, sino que también con la falta de determinación de su madre para sacarlos, a sus hermanos y a ella, de aquel infierno doméstico que llamaban hogar.

Tuvieron que pasar unos años aún para que las escenas de violencia dejaran de suceder, también entre el padre y los dos mayores, que regresaron del internado religioso. Ese verano ya habían empezado a ir como ayudantes a sus trabajos, porque "así aprendéis lo que es la vida". Y tenían no pocas broncas con él, porque no opinaba como la madre: "Aunque sea aumentarles mil pesetas la paga mensual, no es justo que te acompañen sin asegurar y tampoco remunerarlos, con 15 y 17 años que tienen". Él entraba entonces en erupción y se le ponía el rostro rojo de ira. Pero los "niñitos" como les llamaba en un alarde de celos de padre a hijos de campeonato, habían dado ya el estirón, no eran tales. Así que se interponían entre la madre y las intenciones de él. Como fuera, a empujones si era necesario. El crecimiento físico y mental de los muchachos le hacía acobardarse cada vez más, lo que hizo que el miedo a que un día le partieran la cara, con el paso de los años apaciguara esa frustración que volcaba en el alcohol para después arremeter contra la madre.

Así que ella nunca ya se planteó irse lejos de su verdugo. De modo que se sumó otro más como consecuencia: la depresión.



15 mar 2020

El encuentro. Parte uno.

Lo vio entrar en el local con la gorra negra hasta casi la puerta, por los cristales de la fachada. En ese momento se la quitó de la cabeza y la echó al bolso de la cazadora. Al instante cayó en que quizá debía tenerla visible un rato más, y la volvió a sacar del bolsillo, nervioso. Optó por llevarla en la mano derecha con el brazo estirado pegado a la pierna, ya que calzaba jeans desgastados y la cazadora era negra, como la gorra. Por aquello de mantenerla más visible desde casi cualquier mesa o rincón más lejano del restaurante.
Era alto, moreno y maduro, unos cincuenta. La cara la conocía, no el conjunto en persona. No se equivocaba nada cuando se lo decía, aún en la distancia, era guapo, un hombre atractivo. Pero no solo físicamente. Cuando él hizo contacto con los ojos de ella, en una de las mesas del fondo sentada, y se sonrieron, reconociéndose, comenzó a caminar al encuentro sin quitar la mueca divertida de la boca, sorteando otras mesas con otros comensales con calma, pero sin dejar de mirarla. Llegó a su encuentro, estaban a un metro de distancia, sonriendo y mirándose callados, parados de pie, pues ella ya se había incorporado mientras él llegaba. Y dos segundos después se fundieron en un abrazo largo y esperado, muy cálido. Era un hombre muy atractivo por su manera de moverse. Ella eso también lo estaba ya percibiendo como auténtico, de lo ya sabido por el trato en la distancia. Un imán para ella. Hombres que mantienen la calma y la templanza y la podían poseer desde esa fortaleza que es estupenda cualidad para la cama. Para el tú a tú y el roce de la piel. Para dominar a la indómita.

" ¿Tienes hambre?" .- fueron las primeras palabras de ella al volver a mirarse a la cara tras separarse del fundido en aquel primer abrazo...

" Tengo más hambre de ti que de lo del menú..." .- contestó él sin perder tiempo, aunque rápido rectificó, temiendo que se le notara demasiado el ansia por poseer a aquella mujer ante el resto de personas que estaban siendo testigos accidentales de aquel encuentro. 

No más de diez personas en el comedor, en ese momento, lo que hacía que se centrase más la atención en una pareja que había quedado allí para conocerse, con las expectativas de una noche inolvidable.

"Pero pidamos algo, luego puedo tener...".- zanjó, mientras con un gesto le pidió a que ella que se sentara de nuevo. para hacerlo él mismo después y tomar una de las cartas sobre la mesa..

Ella le miraba divertida, e impulsivamente le acarició el cuello primero para después acercarse más a él y besarle en los labios.

"Perdona por no pedir permiso, me he quedado antes con las ganas, ha sido un impulso...".- dijo ruborizada y sonriendo ella

"No te quedes con las ganas de nada", contestó él saliendo de su sorpresa, pero turbado. - "¿Nos vamos y pedimos algo al room service?"


 

14 mar 2020

14 de marzo de 1924.

Nace mi abuelo Raimundo. Hoy cumpliría noventa y seis años.

Un hombre bueno. Recio, parco en palabras. Casado con una mujer con una triste infancia, que hace que tenga agarrada una amargura singular. Un sentido frío y férreo de la disciplina, hacia los hijos. Como era habitual en aquel tiempo, estaba arreglado de antemano. Tuvieron cinco hijos, una pérdida, igual que madre. Se quisieron, aunque no desde el principio. Y aquella arisca mujer fue virando su carácter con los años, aunque no lo suficiente ni a tiempo para que sus más directos descendientes sintieran el abrigo de su apoyo, ayuda o comprensión. Eso se debió a él, que en su sencillez y su calidad humana, la amó y comprendió de una manera admirable. Haciendo uso de los privilegios del machismo en momentos en que se podría decir era oportuno, necesario. Pero mi abuela mandaba, era una excepción en su generación, y no era por falta de carácter de mi abuelo.
Hoy cada día más le veo en mi hermano mayor. Son otros ojos, unos castaños oscuros y los del abu claros, como manantial, pero la misma mirada limpia. La de la empatía y la preocupación por los suyos.

Otra cosa que me duele, abuelo, y que recuerdo hoy en este cumpleaños tuyo, es el último día que te vi postrado en la cama y me miraste, pocas horas antes de que esos preciosos ojos perdieran noción de lo que los rodeaba. Y así me pasó también con mamá, es una pena exclusiva de esta nieta tuya querida, esa coincidencia fatal.
Son aún peores los momentos previos que recuerdo de la marcha de madre, pero esa mala pata tuve, escogida, pensando que resistiría a la primera noche en coma inducido, nos quedamos la tía Marifeli y yo con ella. Era poco más de la una de la madrugada cuando dejó de respirar.
Y una vez sucedió, avisamos a la familia, que se acababan de ir hacía unas horas del hospital.
Con el tío Enrique, mi padrino y favorito, el primero que llegó, bajé aún aturdida a las oficinas de la funeraria para dar los datos del seguro y que me explicaran cómo proceder. Al volver a planta ya habían llegado mis hermanos, mi padre... el resto que estaban informados de los íntimos.
El remate, abuelo, fue que se me acercara mi padre primero y me apartara para decirme qué era lo que le preocupaba de que estuviera mamá inerte pero caliente aún en la habitación.
Un duro golpe que provocó que le evitara lo máximo posible, en las siguientes horas. Hasta el punto de que la tía me reprendiera a la entrada del templo, para el funeral, por no hacer el paripé de agarrarle del brazo y acompañarlo yo. Mí tía es que es un dechado de sensibilidad, de toda la vida... Hablo de la hermana de madre, que es clavadita a la suya. A mí no me preguntó qué me sucedía. Dieron por hecho ya desde el minuto cero que tenía que adoptar un rol concreto en los restos del naufragio.
Todos estaban a una. Hasta mis hermanos. Así de sola me sentí, abuelo.

Pero me marché. Huí de allí y me alegro.

Y hoy que es tu cumpleaños hago una importante catarsis para mí y te hago este regalo, allá donde estés, de recordarte, a mi abuelo músico y pastor, en un texto que sé que te emocionaría de haber podido leer. Igual que a mamá.

Felicidades, Don Raimundo, le devuelvo el amor de aquellos días de verano, de aquellos zapatos, de los "¡estudia, hija, tú estudia mucho!", de los besos robados con barba recia que pincha.

<<Tanto te quiero, abu, y te llevo dentro de mí y en mis letras viajas hasta aquí.>>

En la marea.

Eran otros tiempos, qué duda cabe. Diez años menos sí son años, en la fisonomía de los cuerpos humanos. Es imperceptible ese tiempo, insignificante si lo comparamos con una era geológica, por ejemplo. 
Pero la piel es un pergamino, donde se anotan los órganos que van fallando, las arrugas que se han de surcar, los desperfectos que el corazón deja en el alma, la huella del sol, el recuerdo del salitre del océano.

No sólo era para nosotros, ágiles, vigorosos, enérgicos, seductores, bajo una nueva luz que proporciona otra perspectiva de la persona amada.

Como conejos, con la luz del sol, salir de la madriguera. Solo pensar en copular, en sitios distintos donde la novedad aportara morbo. En aquellos lugares donde nunca habías pensado. Y en los que sí pero que no habías tenido oportunidad.
Está muy manido y visto, ¿cómo no intentarlo antes de vivir a dos pasos?

Intentarlo alguna vez antes, en frías y poco soleadas playas. Reír y pornerse cachondos, pero terminar en la habitación del hotel, o en el coche aparcado arriba.
Pero nada como la islita para asegurar que la sensualidad te invade. 
Por la calidez de la temperatura, del mar y del exterior. Por la transparencia cristalina de sus aguas, que excita más cuando los cuerpos están desnudos. Porque, dentro de lo esperable y probable que era terminar follando un día de fin de semana, más con playa durante el día que el resto de los días, en los primeros años de vivir en la luna, lo nuevo aquella tarde fue quedarse solos temprano en la orilla sur del arenal. Aún había luz y la sensualidad de las curvas bajo la superficie del mar era un reclamo para disfutar de la vida a la enésima potencia. Rodeados de mar, solos y excitados, desnudos y enérgicos, despiertos por la pasión de un sueño hecho realidad. Estar allí era una celebración atávica y auténtica de los sentimientos a flor de piel. Un regalo de la vida que cae y eres consciente de la joya entre tus manos. Y así las manos y todas las extremidades y el sistema nervioso erizado, en una lucha de equilibrio entre el suave oleaje y la erección con salitre, que dificulta y excita a la mujer, a partes iguales, y que brava, como caballito de mar crispado, está empeñada en acoger en su húmedo pero saladito puerto. Y lo acoge, y lo cabalga.
Y será algo inolvidable ver que atardece tirados en la arena, desnudos, tras el oleaje indescriptible de placer. Que fue como un temporal.

Y cesó también, a pesar de ser galerna en mi interior aquella tarde de sexo atlántico afrodisíaco, encantador y ...

novelado.



8 mar 2020

Soñado.

Una reunión familiar. En una campiña verde. Extensa pradera, con abundante hierba alta. En caso de estar despierta, no sería una situación de placidez, en absoluto. Me obsesionan las hierbas altas y me agobio estando cerca porque desde ellas se enganchan las garrapatas a las corvas de las rodillas. La garrapata es un ser vivo que me repugna y da mal rollo. Transmite la enfermedad de Lyme, en constante incremento de zonas afectadas en el planeta por el aumento de su prevalencia, además de otras afecciones serias que puede causar. Pero es que solo el hecho de cómo se alimenta y el cambio que experimenta el bicho inflado a sangre, me da verdadera grima. Como siempre he tenido perros cerca y he podido comprobar el asco que dan, no creo que sea algo que vaya a superar con los años, sino más bien lo contrario.
Pero contaba que, en mi sueño, estaba en una celebración con comida y bebida, en torno a una gran mesa corrida, con un montón de conocidos y amigos, al parecer, aunque no había ni una sola cara conocida para mí dentro del grupo. Todos vestíamos con ropas blancas, y todo lo que nos rodeaba, la mantelería, vajilla, toldos, mesas cubiertas, con manjares, entre casetas y sombrillas... todo era de color blanco. Parecía que se conmemoraba un día especial en la vida de alguien muy cercano a mí. Y entonces llegó él con otro grupo de personas, que eran mis hermanos y hermanas con otras caras distintas a las reales, pero que decían en alto:

<<Ahí está nuestra hermana, Luis, querido" "¡Hermana mía, bonita, ¡ya te lo traemos a tu chico!" "¡Guapa mi hermana linda, ya llegamos a verte por fin!>>

Y de esta manera, en volandas y con una numerosa cantidad de hermanos a su alrededor, que nos vitoreaban, apareció en mi sueño húmedo el único de quien conocía su cara: el actor español Luis Merlo. Es extraño, nivel bizarro, pero es guapo, con todo eso. Y otra cosa extraña es que me lo pasara muy bien, como ya conté en el post de "materia onírica", pero una lástima, porque esa parte es la menos precisa del recuerdo del sueño. Es decir: no recuerdo ni como para describir medio asalto. Tan sólo de esa última parte recuerdo que me desperté entre jadeos y mojando braga. Qué pena no memorizar, esta vez, mejor. O al menos como siempre, pero lo de los sueños es algo que justo no va así. No tengo control sobre lo que recuerdo nítido al despertar y lo que no. Ya me gustaría.

También me gustaría que pasara alguna vez la feliz coincidencia de estar soñando que me comen entera y que de pronto note una lengua traviesa buscando la manera de colarse entre mis piernas.
Poca resistencia harán para dejarla llegar hasta el dulce néctar... y cuando se colase entre mis labios y me rozara el clítoris con la punta, notar que dos dedos buscan la profundidad de mi vagina. Y después de tan sugerente propuesta y presentación del amante furtivo en la noche, que irrumpió en mitad de un sueño caliente y tórrido, para hacerlo realidad con unos minutos de dedicación exclusiva a ese tesoro deseado, mimando a la fuente del placer, en un futuro cercano, casi inmediato, teniendo en cuenta la relatividad del tiempo...

"Fóllame..."- susurra ella...

"No sé si te oí, espera... ¿Qué has dicho? Es que no sé si es a mi o al de tus sueños... al que llamabas hace un rato, dormida hablando en voz alta..." - le dice él, ahora abrazándola desde atrás, susurrando también, pero al oído de ella. Tiene una erección desde hace rato, pero en su culo apoyada, ahora está mostrándole el efecto de conjugar ese verbo de su boca...

"Que me folles, hazme la cuchara como a mi me gusta, ¡por favor!"

Pero ya no estás soñando, esto es la guinda de la imaginación, haciéndose realidad en tu piel.

<<El polvo soñado, nena, te voy a amar como te mereces...>>


 <<Eso era. Y aún parece que lo busco, que parece que, aunque estoy cerca, no lo he encontrado.

Sigo adelante para desear ser amada de verdad. Sin ataduras que obliguen a nada...>>




7 mar 2020

El desgarro.


Recuerda las escenas, de hace veinte años atrás. Mucho tiempo como para no haberlas borrado. Hubo muchos momentos desde que ella expiró en los que quiso salir huyendo de aquello.





El primero es atroz. Unas palabras al oído de un padre ruin e incompetente.





Y el siguiente también de él, varios de ellos, en realidad; dominando el podio la escena de las tarjetas de débito a la cara, seguida del día que mi hermana llegó del cine con él y una amiga y entró llorando a la carrera en casa para encerrarse en la habitación. Y en todo lo alto el día que por casualidad pillaron al hermano en casa a la mañana, para atender una llamada de la entidad con la que se firmó la hipoteca, después de varios infructuosos intentos. Porque no estábamos a esas horas en casa, cosa que padre sabía. Así que también salía del trabajo para interceptar la correspondencia del banco a los avalistas, y fue guardando todos los sobres en una gaveta, ocultándolos de nosotros. La consecuencia colateral fue que perdió su puesto de trabajo al ser una plaza pública y producirse quejas por el abandono del puesto, repetido y prolongado.





Es muy honda también la angustia, la estupefacción que provoca que un hermano con cuatro años más que tú, te acuse de no "cuidar de tu padre y tus hermanos, que eres la mayor de los que quedan"





El dolor quemador que enciende la ira, en otro momento de nula empatía y respeto al duelo por mi madre, que me resultaba imposible de hacer. Todos los días la añoraba y lloraba amargamente, ¡qué hiel, qué bilis en aquel sufrimiento! Y entonces el pequeño estableció una amistad incomprensiblemente sólida con el ex que me engañaba con otra chica mientras estaba ingresada en aislamiento con mamá. Y que finalmente, aquella chica de Donosti, estuvo unos años saliendo con el delantero. Qué íbamos a hacer.
Pero el desgarro fue que, recién dado el adiós a mamá y apenas un mes después de descubrir la traición, empezó mi hermano a coger hábito de hacer quedada de pizzas y películas en parejitas, en el salón de mi casa los fines de semana. Entonces yo llegaba de la calle y me daba de morros al entrar con todo el papelón y el extraño cuarteto. Y ganas de morirme, me daban también, claro. Mientras, mi hermano saludaba con despreocupada normalidad desde uno de los sofás. La única que ponía cara de "¿Qué coño estamos haciendo aquí puteando a mi cuñada?" era la novia de mi hermano. Sólo que ella nunca le contrarió con los planes que se le metían entre ceja y ceja. Sí. Mi hermano el pequeño, el único que es menor que yo de los varones. Pero como era hombre también, hacía lo que se le salía del escroto y pisaba a su hermana, a la que le había caído un buen marrón encima. Bien que lo sabía y en estas cosas estaban los primeros acordes del fado.
Después de aquel primer periodo de unos meses -en lo que fue el último hogar familiar con mamá, antes de la mudanza a la periferia norte y del desahucio de ese piso,- por fuerza tuve que coger las riendas de la extraña familia de tres hermanos pequeños emancipados de padre, que fueron agregando cada uno a sus parejas al núcleo, complicando la vida de ellos, a su vez. Porque con la desestructuración familiar, en particular en lugares donde el conservadurismo y la preponderancia del núcleo familiar tradicional es especialmente llamativo, como es el caso que nos ocupa, la masa es muy intolerante y el comportamiento social, de grupo, rechaza las estructuras alternativas que surgen al abrigo de unas necesidades afectivas no satisfechas, primero por la pérdida de la madre y posteriormente por la del sentido común y la responsabilidad del padre. En nuestro caso, los pilares de la estructura, no estábamos seguros de lo que hacíamos con nuestras vidas. El que yo sustentaba, por veteranía y aprendizajes avanzados previos, derivados del machismo puro y duro, debería ser, por la presión de las expectativas sobre mí, el pilar mayor del nuevo hogar de la menor en desamparo. Coincidiendo que recién había comenzado la que ha sido la relación estable más larga que he tenido, con el padre de mis hijas, cuando empezó toda la vorágine de la quiebra del núcleo, con el abandono de facto nunca denunciado, y todos los problemas en torno a esos acontecimientos que se sucedieron tras la muerte de la matriarca. Sí, obviamente hoy ya no cabe duda de que en la relación se establecieron fuertes vínculos por la vía de la dependencia emocional. De la que provoca sentir de repente el abandono del que ha sido uno de tus principales referentes, en circunstancias que nadie -estoy segura de esto- cree para sí mismo posibles hasta que se le presentan en la vida, ni aún siendo alta la probabilidad de que suceda por los antecedentes del prota del desastre. El surrealismo y la dadanoia se me quedaban pequeños para describir el género de ficción que parecían nuestras vidas en aquellos días.
La confusión, la incertidumbre y la angustia con la que me acostaba, pared con pared con una pre-adolescente que vivía una situación de telenovela turca, aterrada por las consecuencias que de todo aquello se derivaran en su alma. Era aún tan pequeña...- ¡Ay, madre mía!-, lo que sufro aún cuando pienso en mi pobre madre angustiada por la posibilidad de no sobrevivir. Y en esa carita de niña, ratoncito, callado como una tumba.
Así todo el día, pensar en los hombres de tu vida, en lo que han supuesto. En el balance bastante negativo cuanto más cercanos en tu entorno.





El alejamiento difuso de mi hermano mayor, que puso algo de tierra de por medio y empezó un tiempo de decadencia de nuestra relación especial de toda la vida, que duró años. Aunque no olvido nunca los silencios de mi hermano mientras nos peleábamos los demás, en aquellas reuniones, solo interviniendo para poner paz y arbitrar. Recuerdo su faz triste, sus manos sobre ella, en algunas ocasiones, incrédulo por las palabras que sus hermanos se dirigían entre sí, en menos de un año del fallecimiento de madre.





El vínculo que fue adquiriendo cada vez un tamaño mayor, pero de quiste maligno, con el pequeño, con el que se produjo aquella etapa de convivencia forzosa, hasta que, en el primer amago de ruptura que hubo seria de mi relación, se desbarató la convivencia, porque efectivamente mi hermano intervino sin ningún derecho en asuntos personales. Pero en aquellos momentos, aunque asfixiante, siempre lo fue, la relación fraternal era de piña solidaria intentando sacar adelante a la benjamina, codo con codo y con discusiones muchas veces más de tipo conyugal que de hermanos que conviven por compartir gastos entre sus precarios sueldos.
De hecho la intervención en la vida de su hermana mayor, igual que la de muchos otros miembros varones de la familia, era de un cariz claramente paternalista. Hasta el punto de tener que tragar una y otra vez con visitas y conductas inadecuadas de él durante aquella época, amistades poco convenientes o decorosas, etc., para sortear discusiones que hacían el ambiente del hogar una olla a presión, para una chavala en secundaria y con un complejo de carga importante ya en ese momento tan temprano de su existencia. Incluso, aunque lo quisimos con locura, nos impuso la convivencia y colaboración en la crianza del cachorro de pitbull que adoptó. Los problemas que nos dio el animal fueron de dolor en el alma por lo bueno que era y lo estigmatizado de su raza. En vida le mordieron a él, jamás llegó a defenderse, siendo muy capaz de hacerlo, claro, y fue un perro noble y cariñosamente fiel. Pero la realidad es que fue impuesta su compañía. Como también es el que años después ha reabierto esa tremenda herida a la que un día hecho buenos puñados de sal.





Loudum, 49. G-3 Burgos. Tino y yo. Años 2001-2003.




Junio de 2019, veinte años de ausencia, cuatro días en torno a un efemérides crucial en tu vida, cuatro. Que abrieron la caja de Pandora...


6 mar 2020

Entretenimiento.


Se puede, y de hecho se debe, hablar de sexo sin amor. El sexo lúdico. El de las risas y el deseo, ¿recuerdan?





Hay personas que se declaran incapaces de esto, otras que, en el extremo opuesto, no sólo dicen poder desear follar sin implicación emocional, sino que dicen preferirlo, incluso...
Sin embargo, y a pesar de haber disfrutado no poco del sexo lúdico, sin estar enamorada de la otra persona, yo no me creo al segundo grupo. Son una sarta de cínicos y tramposos fantasmones, de quienes pienso, además, que tienen poca seguridad en sí mismos en estos asuntos amatorios. (O al menos pienso que no saben lo que dicen. Se me aparece la imagen en la cabeza de Bullock y Stallone en Demolition Man, cuando se ponen el casco para tener una relación sexual, ¡ay, madre!)





Esto lo digo, obviamente siempre desde el prisma de la propia experiencia y de la relación con los demás amantes conocidos. Pienso que por entender el sexo como que lúdico significara un ocio igual a lo puede ser un videojuego o echar un ajedrez, sin implicación de los sentimientos, racional y mecánico o biológico, sin más, todos estos casos de los que hablo, de SEXO SIN SENTIMIENTO tienen algo en común, atención, lean despacito porque esto es una revelación importante para mucha gente:





...
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FUERON UNOS POLVOS DE MIERDA





El sexo lúdico no puede ser impersonal ni frío, como que fueras a un prostíbulo, para satisfacer una necesidad, sea de quien sea mayor la premura.





El sexo, aunque sea sin amor, requiere atracción física, porque si no es muy difícil que te apetezca comerte una polla. Y dentro de esta atracción física, que es más la referida a la química de las endorfinas y los mecanismos que se ponen en marcha a través de nuestro sistema límbico y nervioso, dependen de ese contacto, del olor de las feromonas, de la piel erizada y el tacto húmedo, caliente... del deseo que se ha encendido porque la otra persona te atrae.





Por eso una fotopolla, una fototeta, en una red social on line, como el antro, sin cara, sin palabras que atraigan previamente, sin persona detrás, es lo que más bajona le puede dar a alguien que disfruta de una adecuada salud sexo afectiva. Todo esto, en líneas generales, es obvio a poco que conozcamos cómo cada uno reacciona a ciertos estímulos en función de sus preferencias sexuales: los genitales sin alma detrás difícilmente excitan a nadie...





Siempre he pensado, desde que tuve mis experiencias sexuales no consentidas o consentidas pero desagradables después, desde muy chavala, que el sexo sin amor no existe. El sexo sin amor es mucho peor aún que la prostitución voluntaria o el trabajo sexual con contraprestación económica. Es una violación, en muchos casos, porque la situación vira, de agradable a abusiva, y había empezado bien. Hay tíos así, pocos, pero los hay.
Yo los he sufrido, pero no puedo detallar esta parte de mi vida aún porque sigo sin estar preparada para lo más jodido de todo el lote. Ni en psicoterapia ni en el blog, aunque Pandora lleve, cada vez más, esa trayectoria, irremediablemente, y por eso me cuesta tanto retomarla, con cada nueva entrega que publico. Es la catarsis profunda que mi mente necesita y llevo más de treinta años sin haber podido hacer.

Creo, tal vez de manera absolutamente simplista, por instinto, que el deseo sexual patológico elimina los sentimientos, entendiendo que desaparece también, con esto, la empatía hacia el otro, eliminando la existencia de los suyos, estén o no. Por eso, en puridad, el sexo lúdico no es sin amor. Es sexo sin querer una relación monógama o en exclusiva y celópata con el otro participante, PERO NO SIN AMOR.
Esto no está al alcance del entendimiento de quienes juzgan a los demás por su vida sexual íntima y privada. Los que niegan la conveniencia de defender que no pertenecemos a nadie. Y menos si nos aman de verdad, que será cuando nos concedan libertad para no tener que reprimir lo que en un momento de la relación queda enterrado como un tabú por parte de alguien: el deseo desigual de contacto físico. Porque esto es algo que no debería quedar nunca a expensas de la lealtad, que no tiene nada que ver con la fidelidad sexual de la abstinencia forzosa, en no pocos casos.





El sexo con amor es lo mejor que hay. Pero es finito, no dura siempre.





El sexo lúdico es maravilloso, pero aunque no esté la ternura, como en el primero, está el deseo y la consideración de desear que la otra persona se sienta también deseada, que es una forma de amistad preciosa, y que a veces puede dar lugar a relaciones cojonudas, sanas, duraderas, sin ataduras. Lo he vivido también. (Ahora se llaman follamigos).
En el insti me atraía con un pibe de mi clase, que era muy guapo, alto, moreno, y estaba loco por mí. Nos enrollábamos de vez en cuando, si nos encontrábamos por ahí de copas, de más mayorinos. Es gracioso, porque nunca fue comedido en sus formas; me hablaba sinceramente de que le gustaban mis tetas, a bocajarro, y no me comía la oreja con cursiladas. Siempre me gustaron sinceros, a mi la zalamería, para el ligue, me daba mala espina casi siempre (bueno...menos en una o dos cagadas...) Una de mis relaciones recordadas con más cariño, sin duda.





Y el sexo, sin sentimientos, es fuerza bruta animal, fin reproductivo o abuso, únicamente puede ser el sentido. De hecho lo es, aún todavía en 2020, para no pocas personas en el mundo, y de la mano de eso la doble moral, la pederastia, la violación dentro del matrimonio y los "cuernos" que hacen daño a las personas, solo con el propio uso del término, que anula completamente la posibilidad de que una persona no pertenezca a ninguna otra. Los abusos y las desconsideraciones en relaciones de asimetría, que dejan huella y duelen en los corazones despechados o ultrajados. La represión y sometimiento de la mujer a roles de esclavitud sexual, proceden de todo esto. El origen es el tabú y el desconocimiento sobre la propia sexualidad de cada individuo.





Tan desoladora es la conclusión de que el sexo sin amor no existe, salvo en la cuota del abuso, la esclavitud y la posesión ilegítima de unos seres humanos sobre otros, que entenderán en seguida el porqué de que las violaciones en un alto porcentaje se den en el entorno familiar y conocido de la víctima: es el nunca abolido en la realidad derecho de pernada, la aún viva creencia de la pertenencia y los derechos sobre la libertad de otros seres humanos, así sean menores y desvalidos. La mayor aberración que existe: la agresión de quienes deben ser tus principales protectores.





A mí si no me dan dulzura, si no me dan aliento, solo una mirada y cuatro letras susurradas al amanecer, no se me puede pedir que ame, aunque estuviera enamorada. No es así, así no puedo. Me recuerda a momentos vividos que quiero olvidar, que arrasan en mi memoria.
Tan insensible que hablé de la murga y dije que debía contar de viva voz lo que me pasaba con ese tema.





La dulzura y la ternura no estaban en esa habitación. Pero quizá tampoco en sus letras, porque ya no sé nada, qué fue verdadero y cuál fue ilusión de la loca en la luna. La última vez que lo leí, él estaba ya a años luz de mí y mis sentimientos.





<<Quizá deba agradecer que ya no esté al alcance nada>>








Y no hubo abrazo. Corre hacia los abrazos, Rai.


4 mar 2020

Aterrizaje de una sirena.

<<Como mechar carne, sería... La pieza ideal: aleta. Una vez cocinada, separar el magro en tiras, mechas, hilos. Al gusto. Y salsear o guisar con sofrito>>

Deshilachar. Cuando se ha hecho el trapo hilos. Cuando mechamos carne.

Cuando de los restos del naufragio queda un trapo del velón mayor y no sabes si guardar ese trozo, ese retal sentimental, o echarlo a la hoguera con el resto de recuerdos que provoca la experiencia de la zozobra.

Tocar el suelo con el tren de aterrizaje, después de ver la isla y sus cráteres, rodeados por el océano, y ver un feo muelle de descarga y la actividad frenética de la hormiguita humana. Las bambalinas feas de lo que ha posibilitado ese viaje a un lugar soñado.

Una vez hice realidad un sueño. Grande, enorme. Después, hasta el momento más importante de mi vida, que fue la realización del siguiente sueño, hubo mucho camino andado entre medias. Y también hubo que bogar de manera coordinada. Y lo salvamos, el tramo jodido del trayecto, entre marejadas fuertes y calima con vientos a grandes velocidades.

Y la enorme fragilidad de un cayuco o nave precaria, de los que abundan en el ancho y enfurecido mar de una tormenta, llevará a los tripulantes a un estado de terror y desamparo en el que se salvará el que pueda.

La que queda en la nave tras la zozobra, sin chaleco salvavidas, sabrá nadar. Que nade.
Si no nada y se hunde, viviremos recordándola, toda la vida. No, tampoco.

Se vuelve a la marea arrepentida de no mandarle a la mierda aquél día de junio a las 7 de la mañana, cuando se quiso echar atrás, sólo horas antes de recogerla en la playa.

¿Por qué no lo hizo?

Esas frases de ambos, previas, desasosegantes en distintas formas...

<<Castígalo sin follar>>
<<Mejor nos quedamos con las ganas de follar>>

 
Jueguecitos de cabrón con pintas ante tus ojos y la venda del amor, de triple vuelta y tela bien tupida.

 

<<Y el fundido en negro que no al fin llega, la memoria aún no ya ha martirizado suficiente a la sirena con su estulticia y sus 'porqués'...>>


3 mar 2020

Amor y Lealtad.

Mi silencio perpetuo. Oral y escrito.
Solo una persona sabe de ti de viva voz. Que no va al antro, que te conoce nada o casi nada, lo imprescindible para el salvoconducto de emergencia y poco más. Lo que sabe es por mi boca y lo último que hizo ella fue alabarte la valentía. No la he sacado del error. Así quedó, salvo aquí. Si lo ha leído, no me pregunta nada, porque me conoce. Sabe respetar lo que yo me quedo y quiero reservar. Es decir: si yo no he acudido a ella para desahogarme de tu desamor, sabe que mis motivos tendré.

Mis motivos son que aprendí a no decir tu nombre, pues cuando te recordaba, estando sola, repetía tu nombre, seguido de "mi amor". Y duele mucho la hostia, tanto como para querer acallar esas sílabas para siempre, las de las tres palabras juntas.

Lo que verbalizo traspasa la frontera. Y eso es algo que me flipa, cómo la gente no distingue entre el uso oral y analógico de la lengua con el uso virtual y por escrito. Es tan obvio para mí que hay diferencias abismales por el canal y el código que me abruma cuando alguien te recrimina un insulto en redes. Maleducado, te dicen. Piensan que vas llamando tonto por ahí a todo el que se te cruza por la calle, en el curro, en el bar, en la tienda de la esquina... Para lo que es obligado, claro, que a quien llamas tonto en el antro virtual se atreva a soltarla verbalmente en la barra del Manolo's, que en un alto porcentaje de los casos, ya te digo yo que no, Maripuri. Y aún así no le llamaría tonto, tampoco, porque no lo grita en un foro con miles de seguidores para dar la nota. Que es precisamente de lo que se trata cuando alguien en el antro grita: "Feminazis frustradas laboral y sentimentalmente" o "El feminismo es abolicionista y tres huevos duros y lo que yo diga ná más, bien acotadito y no te me muevas de ahí, que te quito el carné, PUTA", en el otro extremo...

Luego, aparte de todo esto, las interpretaciones más o menos literales de cada cual, cada una de las personas, con su diversidad de origen e ideas, y el sesgo o la intención final detrás, la literatura que cada uno le eche, el cuento, la labia y muchos factores más. Eso sólo hablando del verbo y dejando al margen la imagen más o menos atractiva del perfil del que se trate, por donde el ojo también entra a valorar y aún se lía más la cosa.

Volvamos a lo de antes: SILENCIO PERPETUO.

Porque te amé y quedó un cierre en falso, y durante los quince días posteriores a la despedida, estuve aguantando la erupción del volcán para no herirte yo a ti. Y, de este modo, no se puede decir que haya dejado de amarte, por concluir mintiendo acerca de la herida; así que del amor va la lealtad amarrada. Nadie nunca sabrá jamás quién eres. Ese es mi "regalo", la parte buena. Un regalo que no lo es, pues yo soy así y además me parece la actitud digna y sensata. La parte mala del regalo de Maléfica está en el Epílogo y es imprescindible para cumplir con la buena. Nunca más habrá contacto por escrito, jamás, por mi parte. Iré y no avisaré, ya nunca intentaré el contacto porque el silencio perpetuo incluye no hablarte ni escribirte nunca más. Se queda reservado este espacio personal de esta juntaletras, para sus referencias literarias a Nadie.

Y de ahí al olvido. Ya no releo nuestros chats. Porque la última vez me hice mucho daño, me di rabia y lástima de mí misma, como cuando entraba en discusiones tontas en el antro. Es todo desolador, ahora.

Un paraje yermo.

Pero quien AMA sabe ser LEAL. Con mayúsculas. Esa lealtad en ti no la he sentido, al final. Ni a ti mismo ni a mí con tus promesas rotas.
Porque, recuerda, querida: "cada uno vive y siente las cosas a su manera" ; y yo siento que pediste que prometiera al despedirte sin haber cumplido tú. Y no es justo, no es leal, no he disfrutado ni de la lealtad que merecen las buenas personas, no digamos ya de la lealtad que merece un amigo.
Eso es lo que me ha roto. Ver que somos tan distintos y estamos tan lejos como parecía a priori en nuestras ideas.
Amo, soy leal y por eso te olvidaré aunque cueste. Al menos a estas alturas sé que ya no me importa qué pienses de mí, porque sea malo o bueno, estás equivocado, no sabes nada.


Como el resto, los que creen que saben. Los que viven mi vida por mí.



1 mar 2020

El pozo.

<<No soy quién para llamarte nada>>


 

Pero en tus palabras estaba implícito, cuestionándome mi reacción de enfado y echándome la carga de la conciencia sobre mis espaldas. No, no me llamaste cobarde, fue peor. Y por eso esa carta debía haber sido la última.

Y ahora estoy aquí, dando vueltas a todos los mensajes diciendote "te quiero", "mi amor", "te echo de menos"... palabras y expresiones que no eran recíprocas ni correspondidas. Pero que tú no paraste, en ningún momento... ¿Por qué? ¿Por qué con tus silencios detrás de esas peroratas de amor que eran mis canciones y mis mensajes, me dejaste echarme al barro del amor maldito y falso? ¿Por qué consentiste esto, no viste que mi orgullo personal es tremendo y acabaría aborreciendo tu actitud?
¿Qué es el amor, sino velar por la dignidad del otro, del que te entrega su corazón, aún a costa de la renuncia a la propia felicidad?

Si no fuiste leal a mi amistad, la que te brindé con unas condiciones en mayo, - para que luego demostraras no merecerlo -, ¿cómo ibas a ser leal en una relación de a dos, ni a corto ni largo ni medio plazo...? Eso no se aprende. No es de la noche a la mañana. Eso se mama. La lealtad es un valor raíz, supremo. Y está de la mano del amor pero es más fuerte, mucho más que el vínculo de este. El amor es frágil, porque se ama en distinto grado, nadie ama igual. Y, quienes lo hacemos incondicionalmente, porque algo que no pudimos controlar, como la química de las hormonas, se nos cruzó sin pedirlo en nuestras vidas, somos capaces de sufrir por quienes amamos, si ello es preciso para que estén bien.

Incluso saldremos de la escena de su vida, aunque sea un pozo hondo de dolor para nuestra alma.