<<No soy quién para llamarte nada>>
Pero en tus palabras estaba implícito, cuestionándome mi reacción de enfado y echándome la carga de la conciencia sobre mis espaldas. No, no me llamaste cobarde, fue peor. Y por eso esa carta debía haber sido la última.
Y ahora estoy aquí, dando vueltas a todos los mensajes diciendote "te quiero", "mi amor", "te echo de menos"... palabras y expresiones que no eran recíprocas ni correspondidas. Pero que tú no paraste, en ningún momento... ¿Por qué? ¿Por qué con tus silencios detrás de esas peroratas de amor que eran mis canciones y mis mensajes, me dejaste echarme al barro del amor maldito y falso? ¿Por qué consentiste esto, no viste que mi orgullo personal es tremendo y acabaría aborreciendo tu actitud?
¿Qué es el amor, sino velar por la dignidad del otro, del que te entrega su corazón, aún a costa de la renuncia a la propia felicidad?
Si no fuiste leal a mi amistad, la que te brindé con unas condiciones en mayo, - para que luego demostraras no merecerlo -, ¿cómo ibas a ser leal en una relación de a dos, ni a corto ni largo ni medio plazo...? Eso no se aprende. No es de la noche a la mañana. Eso se mama. La lealtad es un valor raíz, supremo. Y está de la mano del amor pero es más fuerte, mucho más que el vínculo de este. El amor es frágil, porque se ama en distinto grado, nadie ama igual. Y, quienes lo hacemos incondicionalmente, porque algo que no pudimos controlar, como la química de las hormonas, se nos cruzó sin pedirlo en nuestras vidas, somos capaces de sufrir por quienes amamos, si ello es preciso para que estén bien.
Incluso saldremos de la escena de su vida, aunque sea un pozo hondo de dolor para nuestra alma.