28 abr 2020

El queso en la ratonera.

El viento aullaba, a través de las rendijas de las ventanas, mal aisladas. Siempre el alisio, soplando su corazón solitario, hacía ver las cosas de diferentes maneras. En parte porque entraba en ese trance de perder la mirada al horizonte lejano, o entre las nubes que se movían más rápido. También sus ojos, vidriosos, se detenían en las copas de los recios dragos, cuyo leñoso tronco y robustas ramas resistían bien los soplidos, sujetando con terquedad las bailarinas y gruesas hojas.

Meses allí encerrada, sin noticias del final de aquello, sin poder hacer otra cosa que echar a volar la imaginación, oteando a lo lejos la isla vecina, que en días claros recibía la luz del sol y se dejaba ver ribeteada por el blanco de su litoral, las playas de arena blanca y fina y las imponentes dunas al Norte, al otro lado del río de mar, que separaba lo que antiguamente fue una sola porción de tierra unida y rodeada por el océano. Ansiaba volver a dejarse revolcar por la marea en la orilla, en días de oleaje medio. Era la mejor manera de entrar al agua, decía. "Así no cuesta: antes de que te lo pienses dos veces, que qué fría y no me baño ahora, ya estás remojada hasta la cintura por una ola traviesa"

El mar sanador. Y la puta agorafobia, como amante entrometida que te separa de tu dios. La luz, también, que colorea de turquesa el agua y permite ver el fondo marino a bastante profundidad. Y los meros, los peje-verdes, las viejas, las chopas, las rayadas e incluso las mantas. Los pulpos, las estrellas de mar... incluso las medusas. O el pólipo azulón de bonito nombre pero no tan bonita la consecuencia, si rozas sus urticantes tentáculos: la carabela portuguesa. Que maravilla el medio marino y cómo le gustaría a ella vestir de hombre... bueno, mejor dicho, de mujer rana.

Habrá desazón. Fuego sin remojar la hoguera, para que no hubiese quedado ni una chispa de pasión, tras la elección que la partió en dos y a la que él tenía no solo su derecho, sino que hoy asoma la posibilidad de una madurez muy superior, como superlativo fue un flash de amor irremediable, intenso y mareante. Que le hizo perder la cabeza por no haberlo expresado en el momento que debía aprovechar.

Pero: ¡qué provecho para un alma noble, si lo es, de colarse por el flanco débil, como es la evidencia de la soledad y el desamor en un momento de flaquear las fuerzas y mostrar sus quejíos, sus saetas de currante leal.

Consuela en la distancia. Y renuncia a ver más allá de los bosques.

Pero ya no queda nada en este lado, Poniente llama. Hay que buscar cumbre, cardón, más altura con laurisilva o quizá el volcán activo. Porque los apagados están cada vez más tibios, no se puede olvidar que hay otros fondos que explorar, la miseria acecha en este malpaís. No es el lugar, aunque lo fuera antes.

Un jameo escondido del dolor y del cierzo que llega hasta ti, estés donde estés. Que ha ahogado finalmente el deseo y se ha tragado la intensa luz, como un agujero negro. Por eso ya no sirve y ya no asomas la cabeza ni para sumergirte en la marea que te daba la vida.

Las sensaciones a flor de piel, tras la eclosión de los huevos de mamba, empujan hacia la búsqueda de nuevos seres que calmen la irritación, tras muchas alergias nuevas que se han sumado a la blanca piel, antes sana y tersa. Ahora son muchos surcos y enrojecimientos. Dermatitis y arrugas. Escuece y no hay cura, aquí.

Hace ya mucho que renunciar a los propios sueños está pasando factura.

Y es ahora o nunca. El siroco ha cambiado de dirección, de nuevo. No probará el queso, pero tampoco se quedará en la ratonera.



26 abr 2020

Ella estará bien.

Encontrará la luz, como en la otra ocasión, en que la vislumbró y os sacó a ambos del hoyo oscuro. Sabes que tiene esa capacidad.

Ya no sirven. Ni las palabras que hace mucho tiempo que no cree. Ni las miradas compungidas, que realmente puedan albergar arrepentimiento verdadero, tras el abandono.

Ella sabe lo que ha sucedido, lo sabía hace tiempo. Y ha sufrido lo indecible. Creía ya que no sabía comunicarse, que su voz no tenía ningún sonido audible. Llegó un momento de total confusión. En el que renegó de su propio sentimiento identitario. De la mochila de la experiencia. Se confundió y perdió entre la gente, intentando justificar el hielo. Llegó a comadrear con gente que le quitaba hierro a sus asuntos, pensando que quizá la loca era ella, la que veía desprecio donde únicamente había un hombre al que aceptar tal como era. Ya no pensó en que ella también moldeó su carácter, con anterioridad. Empezó a creer que era muy egoísta por sacarle de su medio. Un buen día incluso la asaltó el pensamiento de que el paraíso del amor había sido una cárcel para el otro y que lo había presionado para llegarse allí juntos.

Estaba escuchando, para calibrar su sesgo sobre la igualdad que ansiaba conquistar, a otras almas que decían obviedades pero con una distorsión sobre las causas: que el mayor sufrimiento inmerecido es el de los inocentes. El de los que no han pedido estar aquí. Sin percatarse de que nadie, absolutamente nadie, independientemente de la edad, ha pedido estar aquí.

Olvidó sus razones. Sus raíces más profundas. Comenzó a ceder terreno a personas malintencionadas, que hurgaban en su corazón y que le atribuyeron malas intenciones a sus palabras. Y en ese momento, cuando debería haber despertado, entre la vorágine de gente que tira de distintos lados de tu cuerpo, de tu pelo, de tus extremidades, de la chaqueta y de la cinturilla del pantalón, peleando y despiezando a cachos la presa de la manada, insistió en quedarse allí. Para comprender. Para entender aquello. Por entender a quienes había querido sin reciprocidad, aunque ella se equivocó, y creyó que sí. Y aún hoy sabe que muchos están ignorantes de toda esa moviola de subterfugios. Bien que lo sabe y le duele no haber parado a tiempo. Por mucho que ahora sí sea consciente de que ahí la popularidad y el "no te signifiques, no te metas en camisas de once varas", han sido decisivos para que le dieran la espalda cuando la jauría saltó sobre ella.

Valiente. Eso es lo que ella sabe que ha sido. O sabía. Ahora piensa que saltó la valla contigua, hacia la temeridad.

Pero no son los lobos. No es eso. Está pensando, convaleciente aún, aunque casi lista para recibir el alta, en quienes le dieron la espalda, cuando dudó y criticó. La cuestión es que creía que conocían (y le aceptaban) el carácter arremolinado y peleón. Y no era así.

Ella piensa ahora que, cuando entró en ese reservado de gente oscura, lo hizo refugiándose en un lugar del antro en el que su vida desmoronándose fuera no era tal. Lo hizo creyendo que se equivocaba en sus sospechas de desamor y queriendo que esa gente le hiciera ver de nuevo al hombre como bueno  en exclusiva para ella: 

<<Las mujeres no somos seres de luz, tenemos lo nuestro, hablamos a gritos, nos comportamos caprichosamente, se lo debo todo a él>>

Concedió, traicionándose.

Y cuando, tras la larga pesadilla, se envolvió en las telas del tornado -y se las quitó después, quedando en cueros a ojos de extraños, para  caricaturizar su locura-, en el medio del trance de los descubrimientos dolorosos sobre el verdadero maltrato de él, ahora, nadie tiene una palabra amable ni un mensaje privado. De aliento o incluso de crítica: "Mira, no, no hables en el antro de que te ha hecho mierda, ahora es un ídolo porque se metió en un marrón"; "que sí, que suponemos que ha sido la gota que ha colmado el vaso y que probablemente te ha dejado de lado en el peor momento, pero que aquí no. Que ahora te comes tus palabras."  
"Y ella muy rara. Muy callada. Con lo bocazas y troll que es en redes..."

<<¿Quién es ella, en realidad? ¿La del vermut en el MEH de la aldea? ¿La del asadero con la Gran Familia? ¿O la bocazas que arremete contra el que la llama y trata como a una mantenida en redes?>>

Ella sabe ya, desde muy temprano, en su vida, lo que suponen las máscaras. Por eso sólo le gustan las de pestañas y las de Carnaval. Y nada, cada día menos, las que sirven de parapeto para la cobardía y la tibieza. Las que salvaguardan personajes que ella ya vio mucho antes de que se la pusieran.

Ella sabe qué hacer. Ensayo y error. Pero nunca más idealizar a nadie. A nadie que tenga careta y miedo de mostrarse sin ella. A nadie ha de confiar sus desvelos, como antes de que empezara todo, hizo.

Porque ahora sabe el precio y que no hay atajos posibles para llegar al fondo.

Ella sabe cuál es el camino y sabe que honestidad y valor no están bien vistos en esta senda. Sabe qué dirección tomar en el cruce. Sabe que la paciencia ha de ser su compañera de viaje. Que sinceridad y coraje son características de los sensibles y de los suicidas emocionales.

Omite, entonces, mucho de lo acaecido. Por intentar la coherencia que la manada, en realidad, aborrece.

<<Pero estará bien, ahora que es un poco más libre...>>


23 abr 2020

Lágrimas de luna.

Qué hacer, incesantemente en tu cabeza. "Debería ser más constructiva", menos impulsiva. Un mantra: "no te machaques". Pero el sentido común y la autocrítica necesita hacer el camino inverso. Destroza tu alma en mil pedazos, sabrás recogerlos. Con tiempo y paciencia, un poco de pegamento, a ser posible, de contacto, y como nuevo. "Volverán los latidos". Volverá a ser el que era. Siempre vuelve ese ramillete de flores. Raras y delicadas. Hechos añicos los pétalos del "me-quiere/no-me-quiere", con una paleta de colores amplia y desmesuradamente bella. Volverá a reconstruirse la sensibilidad. La que es innata y la aprendida.

Que están pensando que tu distancia, tu hielo y tu fuego abrasador, son para todos. Como un mal chiste que no entiendes, no porque sea una vía de amor en el casco, sino porque no estás en lo que debes. Y a lo que te debes.

Pasear por la vida con miedo. ¿Pero miedo a quién o qué cosa? ¿Acaso amar se componga de trocitos de un corazón ajado? Es posible que, de todas las experiencias habidas y por haber[-saber], aún muy avanzada en la vereda, te quede la de comprender la insensibilidad auténtica. La de quienes se pintan un magnífico Velázquez, pero por dentro están podridos. La de los que hieren a sabiendas de que lo hacen y luego no se sienten mierda. Sino que continúan con su vida "mañosa" y además de eso siguen espiando por el ojo de la cerradura. Por si en algún momento pueden echar más aceite por el piso, para ver cómo te resbalas y te pegas un cogotazo, para después caer de bruces en sus mismas retorcidas bajezas.

Te toca lidiar ya, sin perder ni un segundo, con tu verdadero yo. El de la niña inocente, ingenua, que no se mete donde no la han llamado. Y dejar de empatizar por la parte mala. Del "a ver qué se siente siendo un carroñero caprichoso", que deja a medias la pieza, para probar caza propia y, cuando fracasa como depredador activo, vuelve a los restos y arranca un par de ojos a las hienas con su pico ganchudo para darse él solo el festín.

No, ya estás cansada. Hayas entendido algo o no. Seguramente no y es mejor quedarse con la duda de no saber qué se saca de bueno ahí. No crees que haya lado humano ni positivo en esa gente. Es como lo de Forrest y su mamá: "Tonto es el que hace tonterías". [Y malo el que hace cosas malas a sabiendas de que lo son, sin que sea en defensa propia o de los suyos]

Un año desde que te sacaron del hielo, para caer en las brasas; salir de nuevo del agua de la terma y achicharrarse después en el geiser. Salir escaldada de entre gente que habla a las espaldas, a las que también dan falsas palmaditas y les dedican traidoras palabras en su ausencia. Ya descubriste el percal enfermo de los celos y estás hastiada.
Te has curado de lo de los vómitos y el malestar terrible de la enfermedad que te causaba el desamor, al amanecer. Y no quieres volver a caer ahí, porque ya tienes control sobre ti misma para hacer felices a quienes se lo merecen y quieres que lo sean.

Las mambas harán trascender a la Gran Señora que ella fue y ese es el objetivo primordial ahora, la recompensa. Sólo tienes que continuar con lo ya retomado; empezado de nuevo, en realidad, porque ahora sí quedará poso en su memoria de los relatos que heredaste. Y hablarles de ella. Poco a poco, despertar su curiosidad por esa abuela que sí existe pero no está. No puede estar ni pisando el suelo cerca, ni hablarle por teléfono, ni se le puede enviar un emoji al WhatsApp o hacer una videoconferecia. A la que borraron entre todos ellos. Esa puñalada cruel que aún perdura en sus comentarios, pero que ya tienes la fortaleza de enfrentar, corregir, enmendar. No como antes, durante los tiempos pasados recientes. No como esas horas de luz eternas, con ellas viendo el desmoronamiento fatal de mamá. De esa barriga con patas que has llegado a ser para seres deleznables, sibilinamente machistas pero que se autodenominan muy tolerantes, y que, ante tus enfermos ojos, ya estaba haciendo mella profunda en su tierno razonamiento inocente e infantil.
Esos dolorosos momentos de salir de la estancia para irte a llorar a un rincón, al baño, a la calle... "bajo un momento a que me dé el aire". Porque preferías darte de morros con un vecino con los ojos enrojecidos. O ponerte las gafas de sol incluso y que un desconocido que pasaba por la acera de enfrente te viera el rictus del puchero en la boca, a pesar de tapar los ojos. Incluso decir a una buena persona que se interesaba, al darse cuenta, y se acercaba: "Estoy bien, pero gracias, no se preocupe, es una tontería".

Y luego por las noches. Horas y horas sin dormir. Cigarros y lágrimas en la ventana, a la luz de la luna. Empeorándolo todo, con esa conducta destructiva. Lo gastrointestinal y lo anímico. Un bucle sin fin.
Pero se acabó. Has salido de ahí. Te estás curando y lo has hecho tú, con tu fortaleza y resistencia a todo y a todos. Tardaste, como siempre, por pensar más en él que en ti misma, y porque creías equivocadamente que así la transición sería mejor para ellas.

Has sido tú y las buenas elecciones en los cruces de caminos. Lento, sí, pero sobre seguro.

Has sido tú con la valiosísima ayuda de otra mamba apoyando, desplegando su maravilloso aroma de Flor del Dolor. Demostrándote que puedes contar con ella y que quieres estar a su lado. Y que mamá también estaría orgullosa de las cuatro.

Que te vamos a lucir, mami, con las mambitas que ya te conocen un pelín más. Un poco más, con cada luna que salga.








21 abr 2020

El amor en los tiempos de la COVID-19.

Confinados, asustados, reflexivos corazones, En realidad no son los corazones lo que reflexionan. Sino las cabezas. Esas cabezas...
Y desde la cabeza, por los ojos, los oídos, incluso el olfato sobre el ambiente. Putrefacto. Una sociedad que se caracteriza por un individualismo cada vez más feroz. Que pisa muertos en cuerpo presente, de quien nadie se han despedido, de entre los rostros conocidos, ninguno.

Y cuando no has podido despedirte nada más que en una dirección, porque parte de tu alma se moría sin saberlo. Tú sí. Porque te lo dijeron. No se lo dijeron, no se lo dijisteis. La alternativa escogida, que no supiera de lo cercano de su final en el paso por este mundo. Tampoco la entrada en coma, en la que tampoco estaba allí ella ya. No sabías, en aquel momento, no alcanzabas a imaginar, cuán duro se te haría aquello. No la muerte, compañera inevitable de la vida. No su juventud y partida prematura. Lo que no concebiste en su dimensión siquiera aproximada, era ese peso insoportable, esa piedra atada al cuello, de no decirle "Adiós, mamá, te quiero con toda mi alma, gracias, infinitas gracias".

Era despedirse de los restos para los restos. Pero cuando eso sucediera, ella cruzaría el umbral. Sin un agradecimiento por su entregado amor y sus enseñanzas. Sin alabanzas por los valores que dio en vida y sigue dando, a través de una memoria nada piadosa, aún. Gracias por su lucha incansable, y perdón porque no lo valoraseis.
No sabes por qué ese dolor no se calma, tanto tiempo después. Tan sencillo, tan complicado... a través de las letras, pretendiendo dibujar una despedida borrosa, que empaña los cristales de vaho, que te hace escaldarte, pensando en la ducha, dormitando en la playa que no vio ni visitó. En aquellos días. Tratas de ver con benevolencia el estar ahí, no fallarle cuando más necesitó de tu hombro y tu mimo contenido. Pero sin loas, no sospechara demasiado de un cambio en ese carácter. Aún adolescente y egoísta.

Es, sin embargo, un sentimiento profundamente desasosegante. 
Y ahora, en nuestros días, nos sacude una epidemia de un patógeno tan contagioso y puñetero que nos tiene encerrados a todos. Miles de personas que no han podido decir adiós, sin ser lo mismo, porque estuviste a su lado hasta el último aliento. Pudiste tocar y llorar su cuerpo inerte. Pero no decir adiós de palabra. Aunque a priori fuera un dulce final, de inocente durmiente, para ti fue muy amargo. Como la hiel. Aún sientes el sabor en la boca. La desazón de no saber, con lo lista que era, si fingió aquella tarde, antes de entrar en el limbo del coma...
Todos los indicios de ser su hora estaban. Aquella habitación destinada a terminales en la planta a la que acudía a tratarse con quimioterapia. El sospechoso desfile de todos los suyos y más cercanos en la habitación. Sin faltar uno. En pocas horas y hasta rozar el ocaso. Y lo que más te obsesiona, sin duda, y te hace pensar en que sí, efectivamente, sabía que se iba y calló: vuestras caras. Las de tus hermanos y la tuya. Y la ausencia de la benjamina. ¿Qué pensaba? No preguntasteis. Todo el mundo participó de los falsos planes para las fiestas inminentes. En increíblemente bien coordinada estampa, todos a una, con las pretensiones de salir a divertirse como años atrás no hacía. Tu tío el músico, prometiendo abono para los toros y asistencia en primera fila a los espectáculos que el Ayuntamiento contrató con él. Su hermano favorito, tu padrino. Él, por eso mismo, por su alegría vital y su capacidad para ser jovial y divertido, haciendo de tripas corazón en el peor momento. Haciendo el paripé de que todo iba a ir bien. Que saldría de aquella, por enésima vez.

Así de desgarrador, pero aún peor, es el amor en tiempos de pandemia. Y todos estamos en un barco fantasma, con los seres que nos llenan, a los que amamos, antes, ahora, mañana... lejos.

Y las redes. Ese instrumento de nuestros días, la comunicación online, que propicia lo que antes no era posible. Conectar nodos y personas. Seleccionar más y mejor. Separar el grano de la paja. La afinidad íntima, sensual, amorosa, que se cuela, siendo a través de frías e impersonales pantallas. Se cuela, se te ha colado. Si él creía que era un problema conocerte en el antro, no le faltaba parte de razón. Pero en absoluto comprendió. Y después del primer escarceo, menos. Todavía menos aún sabía que no eras nueva, lo dio por hecho, porque tu perfil para aquel entonces; debió parecerle de ingenua y novata. Y era cierto que poco habías departido en esa casa de hienas hijas de puta que son las redes.

Amor y odio. 
Porque hay cosas que son como un pico del Himalaya, jodidas de progresar, avanzar, solo, desde el campamento base, escalada hasta la cumbre. La ventisca en la cara, los pies congelados, que amenazan gangrena. La incertidumbre de la avalancha, haciendo el esfuerzo en vano, caminando hacia una muerte segura y desafiándola.

Cuándo, por qué. Quién lo sabe.

Pero estás en el puro hielo, debajo, en un agua mortal. Y un día, verbigracia de este invento que sirve para poner a los ojos del que anhela vilmente poseer y como no puede, odia, en tu camino se cruza un brillo en la distancia. El destello de un rayo de sol se cuela por el agujero que un pescador perforó en el suelo. Y allí, a kilómetros de distancia, alguien te salva. Es inalcanzable. Inaccesible porque está lejos, lejísimos y ahora no puedes recorrer el trecho. Sea porque está prohibido, por la salud de todos, sea porque no tienes los medios, -estás atrapado, en tu propia miseria y precariedad-, o sea porque aquello que viste está abrumado por el hielo que rodea su corazón. Y no lo sabe y no se lo has dicho, que es lo que opinas. Ni desde la ventana de las selvas de Internet ni de viva voz, cuando hiciste lo imposible por llegarte.

Y siendo a quien buscabas, quien te devolvió el calor y la vida, a pesar de su fría estampa, en un sueño de amor cálido y pasional que se permitió, en medio del auto-castigo, no habrá nada que hacer. Ya no sabes si es bueno o malo, como antes pensabas. La inmediatez de una conexión, con su veto a la piel indisoluble, macabro, torturador...

Siniestro.

Otros pescadores se llegarán a perforar el hielo del lago de nuevo. Tal vez.





14 abr 2020

Mangostas acechando.

En la copa de un arbol. En lo alto de los cerros. Enroscada observando y conservadora, en el desierto, escarcha de noche, aprieta durante el día el sol cegador, aún más contra los muros encalados.
Contiene el potente neurotóxico, a la espera de la caza de una presa, para alimentarse. Reservorio de defensa, ante un ataque depredador, es el as en la manga del silencio que la envuelve. Porque ni reprimiendo el siseo estará siempre a salvo, pero lo hace, en la medida de lo posible. La serpiente solo quiere vivir su vida y lucir sus escamas, que mudan, caen, crean un mosaico de vida e historias cruzadas. Pero su nobleza huidiza y salvaje bella estampa no importan; tiene mala prensa aunque nunca tuvo una puesta de largo ni se contoneó, graciosa, como sí lo hizo la ratita presumida con su lazo en el rabo.

Ella no presumía, ni contaba, ni daba por hecho las cosas, puesto que la temeridad de bajar de la copa despreocupada e ingenua, sin el traje que camufla, para el lucimiento descarado, no es lo conveniente y lo lleva en el genotipo grabado, es innato. Si hubiera sido un individuo de su estirpe, vanidoso y coqueto, puede ser que atisbase ya las consecuencias nefastas.

Sin embargo un día pondrá huevos y dejará de ser la pequeña mamba. Habrá de hacer un hueco en su cabeza y en su corazón, para las crías. De nuevo imperfectamente ingenuas y bellas. Atractivas en su ingenuidad y su estrenada pielecita, de resbalosas escamas. Ahora alguien tiene que ocuparse, crecer. Ocupar un sitio en la cadena del que reniega por miedo a lo desconocido.

Y no son negras sólo. También las habrá verdes, un poco menos venenosas, pero hábiles reptadoras por el polvo y la hierba seca, al alcance de hambrientos enemigos que pueden incluso ser acérrimos, pero que buscan rezagados, ocultos cobardes o quizá aprovechados estrategas, tras la piel dura de las mangostas. Una asociación, buscan. Porque la mamba saltará a la defensiva en cuanto sienta el acecho y a los que quieren llevarse los huevos.

Variadas formas y ocasiones en las que una acobardada y joven mamba negra, presenció desde arriba el desastre, por primera vez en aquel lugar a cielo abierto que era el infierno. El modus operandi del verdugo, insólita. Que rodea y se mueve rápido, igualando incluso la agilidad de serpiente suya. E intentar inocular. Aterrada, sin salir del asombro e impregnada del miedo de quien ve a alguien que estaba cerca y no pudo evitarlo.

Otras muchas cosas, más escenas de terror. Sobre la boca negra con sus colmillos inoculadores.

Qué expresión de ternura y a la vez de pánico que se antoja insalvable en la faceta del dolor.

El siseo elegante y la personalidad dual, ahora me escondo y camuflo, ahora ataco.
De las mangostas, ávidas de delicioso bocado y con la ventaja de la inmunidad al neurotóxico de la mamba, lo primero...

Los ratones se los come, sin esfuerzo, se desintegran los hilos de ternura y la curiosidad por como roerá la siguiente en la siguiente etapa.

A la mamba hubo varios topillos que le cayeron muy bien; no quería morder ni asfixiar. Pero empezó a trazar un plan, tenía por delante proyectos y uno de los más decisivos rasgos para este menester.

Pero nada que hacer con la mangosta y su piel dura, dada su naturaleza agresiva y su ansiedad por cazar de un salto a la presa; lo amaba y lo ve perpleja.

Decía que un buen día, mientras desayunara, desde arriba, contenta de haber pasado el bache, todo quedaría atrás. Pero no está segura, nunca lo estará.

<<Seguirá siseando canciones del verdugo que la amó pero nunca lo dijo.  Y ya nunca sabrá por qué.>>



AKA LA SENSIBILIDAD.