Qué hacer, incesantemente en tu cabeza. "Debería ser más constructiva", menos impulsiva. Un mantra: "no te machaques". Pero el sentido común y la autocrítica necesita hacer el camino inverso. Destroza tu alma en mil pedazos, sabrás recogerlos. Con tiempo y paciencia, un poco de pegamento, a ser posible, de contacto, y como nuevo. "Volverán los latidos". Volverá a ser el que era. Siempre vuelve ese ramillete de flores. Raras y delicadas. Hechos añicos los pétalos del "me-quiere/no-me-quiere", con una paleta de colores amplia y desmesuradamente bella. Volverá a reconstruirse la sensibilidad. La que es innata y la aprendida.
Que están pensando que tu distancia, tu hielo y tu fuego abrasador, son para todos. Como un mal chiste que no entiendes, no porque sea una vía de amor en el casco, sino porque no estás en lo que debes. Y a lo que te debes.
Pasear por la vida con miedo. ¿Pero miedo a quién o qué cosa? ¿Acaso amar se componga de trocitos de un corazón ajado? Es posible que, de todas las experiencias habidas y por haber[-saber], aún muy avanzada en la vereda, te quede la de comprender la insensibilidad auténtica. La de quienes se pintan un magnífico Velázquez, pero por dentro están podridos. La de los que hieren a sabiendas de que lo hacen y luego no se sienten mierda. Sino que continúan con su vida "mañosa" y además de eso siguen espiando por el ojo de la cerradura. Por si en algún momento pueden echar más aceite por el piso, para ver cómo te resbalas y te pegas un cogotazo, para después caer de bruces en sus mismas retorcidas bajezas.
Te toca lidiar ya, sin perder ni un segundo, con tu verdadero yo. El de la niña inocente, ingenua, que no se mete donde no la han llamado. Y dejar de empatizar por la parte mala. Del "a ver qué se siente siendo un carroñero caprichoso", que deja a medias la pieza, para probar caza propia y, cuando fracasa como depredador activo, vuelve a los restos y arranca un par de ojos a las hienas con su pico ganchudo para darse él solo el festín.
No, ya estás cansada. Hayas entendido algo o no. Seguramente no y es mejor quedarse con la duda de no saber qué se saca de bueno ahí. No crees que haya lado humano ni positivo en esa gente. Es como lo de Forrest y su mamá: "Tonto es el que hace tonterías". [Y malo el que hace cosas malas a sabiendas de que lo son, sin que sea en defensa propia o de los suyos]
Un año desde que te sacaron del hielo, para caer en las brasas; salir de nuevo del agua de la terma y achicharrarse después en el geiser. Salir escaldada de entre gente que habla a las espaldas, a las que también dan falsas palmaditas y les dedican traidoras palabras en su ausencia. Ya descubriste el percal enfermo de los celos y estás hastiada.
Te has curado de lo de los vómitos y el malestar terrible de la enfermedad que te causaba el desamor, al amanecer. Y no quieres volver a caer ahí, porque ya tienes control sobre ti misma para hacer felices a quienes se lo merecen y quieres que lo sean.
Las mambas harán trascender a la Gran Señora que ella fue y ese es el objetivo primordial ahora, la recompensa. Sólo tienes que continuar con lo ya retomado; empezado de nuevo, en realidad, porque ahora sí quedará poso en su memoria de los relatos que heredaste. Y hablarles de ella. Poco a poco, despertar su curiosidad por esa abuela que sí existe pero no está. No puede estar ni pisando el suelo cerca, ni hablarle por teléfono, ni se le puede enviar un emoji al WhatsApp o hacer una videoconferecia. A la que borraron entre todos ellos. Esa puñalada cruel que aún perdura en sus comentarios, pero que ya tienes la fortaleza de enfrentar, corregir, enmendar. No como antes, durante los tiempos pasados recientes. No como esas horas de luz eternas, con ellas viendo el desmoronamiento fatal de mamá. De esa barriga con patas que has llegado a ser para seres deleznables, sibilinamente machistas pero que se autodenominan muy tolerantes, y que, ante tus enfermos ojos, ya estaba haciendo mella profunda en su tierno razonamiento inocente e infantil.
Esos dolorosos momentos de salir de la estancia para irte a llorar a un rincón, al baño, a la calle... "bajo un momento a que me dé el aire". Porque preferías darte de morros con un vecino con los ojos enrojecidos. O ponerte las gafas de sol incluso y que un desconocido que pasaba por la acera de enfrente te viera el rictus del puchero en la boca, a pesar de tapar los ojos. Incluso decir a una buena persona que se interesaba, al darse cuenta, y se acercaba: "Estoy bien, pero gracias, no se preocupe, es una tontería".
Y luego por las noches. Horas y horas sin dormir. Cigarros y lágrimas en la ventana, a la luz de la luna. Empeorándolo todo, con esa conducta destructiva. Lo gastrointestinal y lo anímico. Un bucle sin fin.
Pero se acabó. Has salido de ahí. Te estás curando y lo has hecho tú, con tu fortaleza y resistencia a todo y a todos. Tardaste, como siempre, por pensar más en él que en ti misma, y porque creías equivocadamente que así la transición sería mejor para ellas.
Has sido tú y las buenas elecciones en los cruces de caminos. Lento, sí, pero sobre seguro.
Has sido tú con la valiosísima ayuda de otra mamba apoyando, desplegando su maravilloso aroma de Flor del Dolor. Demostrándote que puedes contar con ella y que quieres estar a su lado. Y que mamá también estaría orgullosa de las cuatro.
Que te vamos a lucir, mami, con las mambitas que ya te conocen un pelín más. Un poco más, con cada luna que salga.