Ella no presumía, ni contaba, ni daba por hecho las cosas, puesto que la temeridad de bajar de la copa despreocupada e ingenua, sin el traje que camufla, para el lucimiento descarado, no es lo conveniente y lo lleva en el genotipo grabado, es innato. Si hubiera sido un individuo de su estirpe, vanidoso y coqueto, puede ser que atisbase ya las consecuencias nefastas.
Sin embargo un día pondrá huevos y dejará de ser la pequeña mamba. Habrá de hacer un hueco en su cabeza y en su corazón, para las crías. De nuevo imperfectamente ingenuas y bellas. Atractivas en su ingenuidad y su estrenada pielecita, de resbalosas escamas. Ahora alguien tiene que ocuparse, crecer. Ocupar un sitio en la cadena del que reniega por miedo a lo desconocido.
Y no son negras sólo. También las habrá verdes, un poco menos venenosas, pero hábiles reptadoras por el polvo y la hierba seca, al alcance de hambrientos enemigos que pueden incluso ser acérrimos, pero que buscan rezagados, ocultos cobardes o quizá aprovechados estrategas, tras la piel dura de las mangostas. Una asociación, buscan. Porque la mamba saltará a la defensiva en cuanto sienta el acecho y a los que quieren llevarse los huevos.
Variadas formas y ocasiones en las que una acobardada y joven mamba negra, presenció desde arriba el desastre, por primera vez en aquel lugar a cielo abierto que era el infierno. El modus operandi del verdugo, insólita. Que rodea y se mueve rápido, igualando incluso la agilidad de serpiente suya. E intentar inocular. Aterrada, sin salir del asombro e impregnada del miedo de quien ve a alguien que estaba cerca y no pudo evitarlo.
Otras muchas cosas, más escenas de terror. Sobre la boca negra con sus colmillos inoculadores.
Qué expresión de ternura y a la vez de pánico que se antoja insalvable en la faceta del dolor.
Los ratones se los come, sin esfuerzo, se desintegran los hilos de ternura y la curiosidad por como roerá la siguiente en la siguiente etapa.
A la mamba hubo varios topillos que le cayeron muy bien; no quería morder ni asfixiar. Pero empezó a trazar un plan, tenía por delante proyectos y uno de los más decisivos rasgos para este menester.
Pero nada que hacer con la mangosta y su piel dura, dada su naturaleza agresiva y su ansiedad por cazar de un salto a la presa; lo amaba y lo ve perpleja.
Decía que un buen día, mientras desayunara, desde arriba, contenta de haber pasado el bache, todo quedaría atrás. Pero no está segura, nunca lo estará.
<<Seguirá siseando canciones del verdugo que la amó pero nunca lo dijo. Y ya nunca sabrá por qué.>>
AKA LA SENSIBILIDAD.