Están impregnadas de rabia, no las puedo transcribir. Soy yo, en versión Hyde, muy dolida y desbocada.
Hablando de lo que no me incumbe. Nunca me incumbió ella. Eso también era cosa de dos. Pero las mentiras, Rai. ¿Hasta dónde era cierto lo que él contaba? Quien engaña una vez, engaña ciento.
¿Quién es ese? No. Mejor te lo digo a ti. Como una carta que por fin te escribo de tú a tú.
Empiezo otra vez:
¿Quién eres?
No eres la persona que hablaba conmigo.
No eres la persona que reía conmigo.
Ya no te hablo en tu lengua, que era una sólida demostración de amor, como bien sabes. Pero porque siento que no hablo con la misma persona.
Ahí no tienes personalidad. Te la han pintado. Te ajustas a algo. No sé definirlo... Es una especie de personaje, creado a partir de tu evidente encanto personal.
¿Sabes que eché la vista atrás? Pero no desde la atalaya antigua sino desde la nueva. O mejor dicho: desde la atalaya antigua que es la actual y perduró y sobrevivió a la erosión mejor, que la de la zorra traviesa que se juntaba con orcos, que duró un año y algo y se desmoronó junto con la cordura.
Sabía que nos habíamos cruzado antes. Y así era. Estos pequeños triunfos de mi memoria, cuando los datos registrados en el soporte que sea, afloran y corroboran la reminiscencia fugaz que mi coco ha guardado por ahí. De años atrás. Lo último de hace tres años. Y una interacción en 2012, con Llamazares de por medio, y en una multi. A la contra en las opiniones, íbamos ya.
Pero lo que me jode de todo esto es que sí, que hay un blanco y un negro con una escala de grises en medio. El blanco es tener casi toda la razón yo y que seas un personaje, un fraude en el antro y distinto fuera o conmigo. El negro lo contrario: que esté completamente equivocada y que te hice un traje con hilos de oro, te vestí y te puse en un pedestal. Viendo lo que quería ver porque me encoñé en un chat en Internet.
Y de los grises no hablamos. Para qué. Necesito olvidar y soy una persona con serias dificultades para eso, por mi capacidad de retener datos y de interrelacionarlos.
Todo es cuestión de interpretación personal y subjetiva.
El olvido y la humildad.
Es lo que toca. Mirarse al espejo. Decirme a mí misma: "No pasa nada porque te lo hayas flipado y malinterpretado las cosas. Es perfectamente normal, por todo lo pasado y de donde venías, y los comportamientos excéntricos, derivados de un enamoramiento tardío, cuando se entra en los cuarenta rompiendo tu matrimonio fallido, de una relación de 18 años totales. Y hay reacciones químicas y revoluciones hormonales. Todo lo que te ha sucedido es lo más natural del mundo".
Pero sigo siendo idiota. Porque te hice un traje y ahora, caída la venda, resulta que te sienta fatal, te va grandísimo.
Y es una lección apoteósica de humildad haberse equivocado tanto, tantísimo como yo lo he hecho, al tomarte las medidas. El sopapo y esta bajada de humos de mi perenne arrogancia que representas, como ente idealizado que se tira pedos como todos los mortales, son condiciones necesarias para el olvido. Para no volver ni a trolear ni a cavar fosas en el desierto. Para el olvido, que tanto le cuesta a esta cabecita mía.
Lo bueno es que esa misma medida de traje, que retuve en mi mente, me sirve para el patrón de la persona de mis sueños. El que me acaricia el alma y me enseña sus cielos y viajes.