Dos personas importantes, de varias que he conocido en el antro, porque no me olvido de mi niña M. ni tampoco de mi chileno amado, con el que seguro estaría más que feliz, hace tiempo, si no estuviéramos tan lejos y con una pandemia de por medio agravándolo todo. Más por su lado, que está expuesto y en riesgo, y lo pienso a diario.
Hay un quinto, con el que he compartido buenos momentos y que ha procedido de la misma manera que mi okupa actual de la patata. Pero es opaco. K: sabes que así no llegas a nada conmigo, por mucho que quieras bajar a comerte algo, y decida yo el qué.
Pero mi duda y el momento en el que hace unos minutos me he inspirado a través del título de la entrada, es para esas dos personas, las importantes. Qué clase de miedos, qué prejuicios, espejos, borrascas pasadas han influído en esa vanidad pueril, siendo los más maduros. Sí. Vanidad pueril es la expresión adecuada. La de niños grandes que hace mucho tiempo no se sienten admirados y tienden a pensar que tu amor grande para dar no es lo normal, sino el cariño pequeño al que están acostumbrados. Esos cariños pequeños que se suponen profundos, amistades muy auténticas, etcétera, pero que no lo son. Muy al contrario son amores superficiales, de equipo suplente. Son esos que hacen creer que su incapacidad es normal y que la capacidad de amar sin destrozar es locura, falta de sensatez, imprudencia...
La capacidad grande de amar es lo contrario de "perder la chaveta" tal y como lo entendéis vosotros los de las santas y santos intocables, siendo ateos, para más INRI. Es lo contrario a derribar muros y destrozar hogares, de manera literal, esto último. Pero sí. Algo sí destroza un amor grande y leal: los esquemas del vanidoso madurito que cree que harías daño a otros por él, cuando no se lo merece.
Estamos llegando a un punto de inflexión. Pero os sigo amando. No se puede dejar de hacer, aún con rabia, cuando se hace como yo. Así, de pronto, por dos o tres niñerías de viejos ñoños.