17 nov 2020

Estigmas.

Saisei, Raj, Josu y muchos de los activistas pro derechos, que son trabajadores del sexo, no solo son personas de las que aprender sin descanso. Para mí son bellas personas en lo amplio del término. Otra pasta. Ella, Saisei, propuso visibilizar los estigmas con que se enfrentan a diario, contando nuestras experiencias en el antro. Y yo me vine aquí, al blog para abrir un documento en blanco.

Me meto en un lío serio, a mi edad. Llevando la friolera de catorce años largos que sufro ansiedad y ataques de pánico, alternando con periodos depresivos. Y alguna época de mejoría entre medias.
Pero tardé mucho en entender los mecanismos de mi enfermedad, así como los focos de ignición de la ira y el miedo.
Llevo el estigma encima, de loca, que es la consecuencia peor de la pérdida de salud mental, porque crea el mayor de los sufrimientos: el descrédito de tus pensamientos, manera de expresarte y casi cualquier alegato que trates de hacer en favor de tus razones, especialmente en los momentos bajos. Ahí olvídate porque serás presa de la incomprensión. Una y otra vez, solo puedes salvarte tú, reconociendo y anticipándote al patrón, para así entrenar el control de las emociones que se desbocan ante acontecimientos que hacen colmar el vaso.
No parece muy buena idea, pues, sumarme a mi edad, como decía, el estigma puta a las espaldas. 
Pero resulta que siendo una mujer a la que han sexualizado desde pequeña todos los hombres de mi entorno, hasta límites de los que no voy a hablar aquí, siento que, sin ser responsable yo de nada de eso, llevo toda la vida luchando contra esa palabra, pues siempre sentí que me tomaban por "mujer fácil" alrededor mío. Hasta el punto de que me he cansado y ya no pienso luchar contra el prejuicio, por infructuoso y porque conozco putas mucho más dignas que otras personas que van a misa sin faltar ni una semana.
Pero como consecuencia de ese prejuicio sobre mis carnes y siendo alguien muy sexual, en el sentido de que me gusta mucho el sexo y lo digo, siempre lo he dicho y he sido explícita en estos términos en la red, era una parte que hasta hace no mucho yo ataba en corto. Rechazaba. Como una respuesta a la hipersexualización de la que siempre he sido objeto desde niña en mi entorno, y por ese lado mío que va en el pack genético y también en la formación de mi persona, rebelde, se despertó de manera temprana mi feminismo intuitivamente. Yo no era "fácil", no hacía nada. Pero se tomaban la libertad de sobarme. Aún recuerdo muchas ocasiones en las que me quedaba paralizada, sin saber qué hacer. Me sigue pasando, cuando siento rechazo. Pienso que es por eso, por un prejuicio latente, encima de mi cabeza. 
Y haré un paréntesis largo de años, hasta el final de la relación en pareja más larga de mi vida, que he comentado ya más de lo que quiero en realidad, pero voy a meter también en el saco otras dos relaciones posteriores, para decir que me he sentido, sexo afectivamente hablando, tanto por parte del padre de mis hijas en la última etapa de mi relación, como con estas otras dos personas, tal que así. Juzgada por no entrar en su cuadriculado esquema de lo que es una "Gran Mujer". Con los tres veo ya dónde estuvieron mis errores. Y veo también qué esperaban todos de mí. Y cuando me han roto o me he negado yo a seguir sintiéndome mierda, uno me llamó puta por no querer ya con él, otro me lo hizo sentir con su trato insensible y el tercero lo hizo con su desprecio, por amar a otra que tampoco es su mujer y la frustración que le acarrea. Ellos, en particular los dos últimos, estoy segura de que piensan que no han hecho nada para que me sienta así. Porque yo inicié la relación, aunque ellos no dijeran que no.

No sé si decir que era este mi destino y no podía huir de él. Sé que los traumas que pueda tener derivados del machismo en el que mi vida se ha desenvuelto siempre, -pues creía firmemente que con quien me casé rompía moldes y me equivoqué de plano,- no me hicieron nunca aborrecer ni repudiar el sexo, sino querer vivirlo de una manera sana. Desde luego consintiendo, pero también aprendiendo y saciando mi curiosidad por todo aquello que me fuera desconocido. Para qué quieres más: una mujer aún hoy que, sin cobrar por ello, desea experimentar lo no convencional en el sexo, tiene el juicio moral sobre su cabeza. Y en la flor de la madurez, los cuarenta, tras la ruptura eterna de mi relación con mi ex pareja, he experimentado un renacer intenso del deseo sexual, que me hace vivir esa faceta íntima con entusiasmo y sin mucha voluntad de resistencia.
Destapado el tarro ya de las esencias y sin ser muy consciente de hasta dónde llegaban mis encantos, empecé a desmelenarme. A desnudarme, también, en redes. En cuerpo y alma, en pelotas en Internet. Y descubrir que formas parte de las fantasías de los demás no solo no es desagradable, sino que me abrió caminos, oscuros tal vez, no lo sé, hacia el claro en el que hallaría las respuestas a cuestiones económicas que se me pusieron cuesta arriba, como a muchas personas, con la llegada de la pandemia.

Y si puta soy igual, ¿qué hago que no cobro por lo que se me da bien? Perder dinero, eso como mínimo.
Si soy más dura y estricta, peor es perder la dignidad dando a quien no te ama lo que repudia en otras que no son su pareja en monogamia. 

Vosotros, cínicos, me hacéis puta.


Pero muchas gracias por hacérmelo entender, que puede haber mucho más respeto a la mujer entre quienes defienden la despenalización de la prostitución. Y por ende, feminismo, incluso.