Este desamor, que tiende a la serenidad. A buscar ya un equilibrio, ver el lado bueno, la fricción del roce con alguien efímero, que sientes que soltaste de la mano, de algún modo, en la inmensidad de un mar embravecido y en la noche de las redes, y no sabes quién de los dos salió a flote.
Cuando duele tanto haber olido a quien amas en las sábanas, tras de irse y no saber si jamás volverás a yacer con él, como finalmente sucedió en la historia, necesitas un relato digno de Anabel Lee. Para soportarlo. Única y exclusivamente para soportarlo. Ahí es donde los sueños alimentan y ayudan a superar los miedos. Que en el caso que me ocupa es la soledad en compañía.
Esa es la ironía de la loca. Pensar que de palabra él se equivocaba, o que lo hacía yo. Que es tan jodido como estar destinados a no ser. Porque no nos entendemos si no nos aclaramos. Y en una semana hará un año que pusimos punto final a querer entendernos más.
Y en eso consiste el amor, en verdad. En querer entender y comprender al otro y Nadie cerró la puerta a darme explicaciones, más allá de la absoluta burla en la que después se ha convertido su despedida, al descubrir que estaba todo el tiempo ahí. Pero entiendo aún menos. Porque si yo le puse en un pedestal de magnánima humildad, luego el porqué de esa conducta soberbia, presuponiendo que yo sería un problema [aunque a su vez me admira el tipo de mujeres que le rodean o han rodeado, para mal, si no es un narcisista que se cree irresistible], e incluso la más grave a mis ojos, la que exhibe en redes, en ocasiones tremendamente petulante, que no puedo pasarme a creer. Es, de hecho, una de las razones de los portazos, cuando los doy. Verle en niñerías arrogantes, que diría propias de mí, pero no de la imagen de él en mi recuerdo, conmigo a solas, me resulta muy difícil con el límite claro de que no le pueda ni vaya a decir nada, ni en público ni en privado.
Añoro las risas por los malentendidos y los nervios atropellados, que en mi historia de amor nos sucedió a los dos, después de la carta de mayo. Pero yo lo confundí todo. Las expresiones que recuerdo, que yo pienso se dicen cuando amas. Los momentos que yo pinto del color de su culpabilidad, y donde busco las motivaciones para hacerme lo que más me dolió pero lo más efectivo, dejando de responderme a los mensajes. Dijo cosas indebidas, que según mi imagen de hombre maravilloso y a pesar de lo que él me reconoció sobre su propia deshonestidad, no podían ser mentira. Pero él mismo me lo advertía, aunque yo en mi cuentito vea sacrificio y cautividad de deudas varias.
Que mira que soy pava e ingenua yo y se lo digo a él. Es tremendo esto. Pero cautivo lo quiero, en mi pensamiento y en mi imaginación. De un deber, de un crimen pasional que pago yo ahora. De mil y una putadas que haya hecho o le hayan hecho. De la vida y los estragos del sistema corrupto sobre nosotros, los que curramos. Cautivo y no puede librarse de esas cadenas. Incluso me vale cautivo de amor, de uno mucho más intenso y pleno que el mío, que no alcanzo a comprender en su amplitud porque jamás me lo han dado así, cosa que dudo mucho. Pero acepto, vale, cautivo de un amor como un agujero supermasivo e inalcanzable.
Necesito serenarme y dejar de serlo yo. De un sueño que solo hace que tema la soledad. Porque hay que sustituirle para que deje de doler que no esté.
* <<Te echo de menos. Pero he sido fuerte. Desde el "portazo" para que no me viérais varios de los que me importáis derrumbarme, cuando el momento era inminente, no he vuelto a leer.De hecho estoy bastante aislada, como metida en casa a que vengan los amigos a verme. Y alguno viene, que me da calor. Pero no quiero saber ni estar expuesta a la mecha de los sentimientos. >>