La confusión de una edad. Venir de allí, quedar aún mucho camino por andar y ansia por apaciguar. No querer detenerse a pesar de los palos en la rueda. Quizá una app para follar. Cerca. Sin buscar otra cosa que el contacto físico pasajero, el efluvio emocional. Porque así lo comprendes tú, el juego de la seducción y la piel.
Transgredieron unos límites, hace mucho tiempo. La fuerza bruta y la coacción ya estuvieron mezcladas en ocasiones. En pesadillas y en realidad ya borrosa. Sabes lo que es, la diferencia entre consentir y no hacerlo está re clara.
A cambio de probar la hiel de la repulsión, que es experiencia que no deseas a nadie pero te ha marcado para que con el paso del tiempo, sin curar, al menos que te haya valido para distinguir algunas señales. Que te ponen pies en polvorosa, claro. De ahí tu risa sarcástica con lo de "mujer fácil". Quien ha estado contigo sabe que es todo lo contrario. Que salgo huyendo incluso en las relaciones largas. Que me ausento. Que mi vida interior ocupa mucho porque es una especie de refugio ante el miedo a que me jodan. Mi soledad necesaria. Ese encierro de mi mente en lo que siento yo como todo el mundo siente, su particularidad y circunstancias vitales, que te han llevado a las casillas en las que estás.
Adelante siempre claro, eso lo sabes y es lo más importante ya. Que has aprendido que no se mira para atrás más para hacer sangre de los errores, de los encontronazos, de los traspiés. Que están ahí, pero sólo para echar mano si hace falta, no para regodearse en el dolor de aquellas saunas de llanto.
[Que para qué, que te haces daño y es uno de los patrones típicos tópicos...]
[Que la gente, así, como masa ajena a tu cabeza rumiante, sabes que jamás comprenderá lo del duelo eterno que por roto con violencia ya no cierra].
Yo quiero desearlo todo. El deseo es la medida porque ya he entendido que el amor lo tuve y se fundió con ella en mí y ha regresado. Renació en las mambitas. Entonces de tenerlo a diario no eres consciente. Y me viene hasta bien, la separación semanal porque cuando vuelvo a hacer pedorretas en pancitas de niña mimosa aún que son las dos, lo estoy deseando, lo añoro. Me doy cuenta de mi gran fortuna. De que están a mi lado y de que quiero que lo estén. Que hice algo muy bien, conseguir ser mami, cuando estimé oportuno, que ahí quizá no acertáramos tanto, pero la intención de dar estabilidad siempre estuvo de fondo. Da igual cómo, son Maravillas que he llevado a cabo.
Y los hijos, así como el sexo y el amor, mejor si son deseados con fuerza. Lo merecen. Es la base, para mí.
Otra fortuna es que tengo claro que solo hay un empoderamiento válido y unas líneas que no debo cruzar [otra cosa es creerme infalible o prejuzgarme si caigo, con tanto que lo hago, precisamente, ¡ay!].
Yo consiento porque deseo. Y mi deseo está por encima de la media, me desinhibo en la medida en que soy consciente de esto. De mi aperturismo sexual. Eso es lo que rentabilizo. Que yo quiero más y otros y otras quieren menos. Hay un nicho de mercado y unas características físicas y personales propicias para ejercer trabajo sexual.
Hay que saltar. Probar las uvas con queso. Pero queso viejo y aquellas tempranillo de mi tierra. O una buena tinta de Lanzarote, apretada, también. Que saben a beso.