Pienso una y otra vez en pasajes concretos de la historia, sin poder evitar hacerme la pregunta de si me decías lo que quería oír, sabiendo que estaba pillada porque yo fui honesta y lo confesé rápido, para conseguir distraerte conmigo en los momentos de calentón. Tan rápido lo confesé, acojonada por el fogonazo que ni yo me creía, que quizá esa fue la intención precisamente al hacerlo: que huyeras cagando leches de una tía así de intensita, que te alejaras como de la peste. Traté de sincerarme con lo escrito en una larga misiva de intenciones. Hubo, tras de eso, unos días de mieles, muy pocos. Ahí sí te acojonaste. Por un par de intercambios en público en el antro, que te hicieron juzgarme como lo hiciste, ni lo voy a precisar ya otra vez más, a lo que me refiero.
Lo jodido es que el susto era por tu vida, no por la mía, que después de explicarte largo y tendido, ya te había dicho que no podría soportar a otra persona más que me viera como un problema.
Y cierto es que, como viene sucediendo de cuatro o cinco años a esta parte, los eventos dolorosos se precipitaron y vinieron seguidos, uno detrás del otro. Lo del divorcio, lo de junio contigo y justo después lo de Burgos. De regreso a la isla, la encerrona en el antro con los bichos tras lo de mi pelea privada con la gallega; eso fue en julio. Recrudecimiento del divorcio, últimos ataques de pánico y en diciembre me dejas. En enero me voy de casa, a convivir con mi hermana. Después de carnavales, cuarentena y confinamiento.
Todo esto es el penar, desde mayo de 2019 y aquella carta confesando que me había enamorado pero pidiendo honestidad en el trato. Y una definición de las cosas, porque así empezó la conversación aquella mañana, tras los buenos días, que me dolió en el alma pero postergué su asimilación, porque el dolor más grande era que sabía que probablemente no te volvería a ver, en ese momento de despedida. Pero después de eso, empecé a cavilar sobre todas las piezas que me faltaban, los silencios, las dudas no aclaradas. Ni siquiera sabía de la otra manera camuflada en la que frecuentabas personas comunes, en el antro, que fue un descubrimiento de junio de este año pandémico. Aquello de saber que habías presenciado tantas cosas que me hirieron. Saber que de ninguna manera intentaste alcanzarme para hacer una caricia de ánimo. Eso fue demoledor, estaba furiosa por el engaño.
Era mucho peor que no amarme, en realidad. Cínico es la palabra más adecuada. Aunque te reconozca la imposibilidad de llegar a mí porque hay quienes tienen las vías habituales bloqueadas, quedan las no habituales, por las que se puede llegar cualquiera. Como este blog, por ejemplo, y su formulario de contacto. Como el correo electrónico que te di.
Era mucho peor que no amarme, en realidad. Cínico es la palabra más adecuada. Aunque te reconozca la imposibilidad de llegar a mí porque hay quienes tienen las vías habituales bloqueadas, quedan las no habituales, por las que se puede llegar cualquiera. Como este blog, por ejemplo, y su formulario de contacto. Como el correo electrónico que te di.
La conclusión a priori, sin poder confirmar todos los extremos y tras estudiar los indicios de que dispongo, es que sí: que me utilizaste. Como a una prostituta pero sin pagarme. Y si acaso me doy por pagada es porque renació mi fuerza, hubo aprendizaje y me puse a escribir de nuevo, que me ayuda con la ansiedad y la depre igual o más que las pastis. Pero eso hubiera sucedido igual con cualquier otro de los que me deseaban y si Mr. Writer hubiera estado en primer lugar, en vez de Nadie, no habría sufrido de esa manera porque no me habría engañado tantos meses con lo de la otra apariencia, que también él tiene, para bajar a los fondos. Lo sé porque él sí es honesto y no sostiene algo en lo que la otra persona puede salir mal parada. Me lo demostró con creces.
Cierro etapas, recuerdo esa soberbia recomendación sobre que "las obsesiones no son buenas". Soberbia en sentido peyorativo que califica la personalidad de quien daba el consejo, cuando falla la humildad sobre todo lo que tú sabes de la vida que crees a priori que los demás no. Cuando eres uno de los agentes causantes de retroalimentar una obsesión, esté o no, el colmo del cinismo es querer aparecer como inocente en el asunto con una puntilla tremendamente paternalista. Cuando te han dicho por activa y por pasiva que la salud mental de la persona que se ha enamorado de ti no es buena. Y tú lo que has hecho es aprovecharte de ese amor para trapo de consuelo, al que has tirado con desprecio al piso, después de saciarte y de las advertencias previas. Cuando hablar de obsesión en este contexto nuestro de mentiras supone estar diciendo que no son sentimientos sanos los de la persona que ama. Que no es amor, que es obsesión. Obsesión por estar esperando respuestas en un chat a preguntas. Por pedir una llamada. Cínico cabrón es poco, es que siempre lo pensaré, eternamente. Y querer ir de buena persona, que es el elogio que más te gusta que te hagan. Coño, reputado, es que así va el mundo. Al revés. En cambio, aunque tú pienses que soy gran persona, ya sabes de sobra y gracias a quiénes mi reputación en el antro es mucho menos que mala. Si los crees y me prejuzgas, claro.
<<Ni ángel ni diablo.
Serpiente bella y venenosa>>.