8 jun 2021

Declaraciones imaginadas, que no haré... (I)

 Permanecer mirándote horas, en silencio. Como aquella noche, pero muy diferente, ya con permiso y salvoconducto. El de tu pasión confesada, de minutos antes. 

Mirarte mientras duermes... (¿No dormías?)

O tú a mí mientras yo ronco...

Mientras.

Hay algo en aquel día que es irrefutable: fue excepcional en mi vida.

Y no es poco decir que me sentí a salvo. Que no eras cualquier psicópata que engaña a una incauta para acudir a su degollamiento y posterior desangramiento de manera voluntaria...

Qué falló y qué no. Tantas cosas de lo uno como de lo otro.
Lo que hace que el saldo resultara en la que fue la conversación de nuestro reencuentro, la más sincera, quizá, y también para mí la más emotiva y tierna. 

La que te delató un poco. Luego remataste días después con la caricia en el alma por lo de mi abuelo. Casual. Pero único. Como todo lo que me sucedía, al contacto contigo, por efímero que fuese.

Lo que se perdió un negro día de septiembre. Y después alguno más, más doloroso aún. 
Pero yo te justificaba culpándome a mí por la presión de mi amor incontenible, que tuve que empezar a traer aquí, porque ya no podía soltarlo en un chat que apenas respondías.

El proceso.

Todo aquello fue único para mí.
Porque aunque mi naturaleza no es la de mujer de un solo hombre, -ni de una sola mujer-, durante dieciocho años de mi vida fue mi estado civil y social, el monógamo. Que, como consiste en adquirir un compromiso de fidelidad, aunque en mi caso y pareja siempre estuvo claro que hasta que apareciese un tercero, y que lo diríamos, yo respeté a fuego nuestra unión.

Es decir, no estábamos enamorados como antes y la relación hacía ya aguas años atrás, pero no tuve necesidad de confesar que amaba a otro. Porque fue él quien rompió el contrato. Nuestro particular contrato. Encontró a alguien y lo calló. A varias, pero eso, aunque relacionado con vos, es otro tema que a mi ex y a mí solamente atañe.

Y de este modo, confieso que apenas nadie sabía de ti.
Probablemente saben (o imaginan que saben) muchas más personas, frecuentes del antro en el que nos conocimos, que de mi entorno, lo de nuestro lío. Ni siquiera mi ex sabe, aunque haya quien piense que sí ha sabido.

Qué me pasó, a ciencia cierta, no lo ha sabido por mi boca. Aunque supo que me había enamorado, no de quién ni cómo, por lo que tampoco se atrevió a preguntarme. Y al no contárselo yo, por primera vez en nuestra vida juntos, eso provocó que confesara lo suyo (que yo ya sospechaba) y que tuviéramos una conversación sobre lo nuestro muy necesaria. Pero yo seguí sin desvelarle. Le desconcertó bastante, pero tuvo que aceptarlo... Estaba en mis ojos muy claro que ya no sería transparente para él con eso.

La mirada clavada.

Una de las cosas que nunca superé, además de todas las preguntas y curiosidad que tenía y me callé. Quizá a poco que hubiese rascado te habrías derrumbado. Éramos dos monolitos, amor.

Era imposible que surgiese la chispa necesaria para el polvazo, estábamos los dos aterrados. 

La cuestión es por qué. Por qué esa rigidez y ese miedo, deseando estar allí tantas noches atrás, imaginando llegarnos. Llegarnos...

Recuerdas, ¿latir juntos?
El día que leí esa expresión me dio un vuelco al corazón, mi vida.
Latir juntos es totalmente vainilla. Es el deseo que inspira el amor. El de la piel erizada y las lágrimas de felicidad al correrse.

Eres un embustero, siempre lo he sabido.

Y que estás loco por mis tetas, también lo sé, no te hagas el intelectual de mierda.