Permanecer mirándote horas, en silencio. Como aquella noche, pero muy diferente, ya con permiso y salvoconducto. El de tu pasión confesada, de minutos antes.
Mirarte mientras duermes... (¿No dormías?)
O tú a mí mientras yo ronco...
Mientras.
Hay algo en aquel día que es irrefutable: fue excepcional en mi vida.
Y no es poco decir que me sentí a salvo. Que no eras cualquier psicópata que engaña a una incauta para acudir a su degollamiento y posterior desangramiento de manera voluntaria...
La que te delató un poco. Luego remataste días después con la caricia en el alma por lo de mi abuelo. Casual. Pero único. Como todo lo que me sucedía, al contacto contigo, por efímero que fuese.
El proceso.
Es decir, no estábamos enamorados como antes y la relación hacía ya aguas años atrás, pero no tuve necesidad de confesar que amaba a otro. Porque fue él quien rompió el contrato. Nuestro particular contrato. Encontró a alguien y lo calló. A varias, pero eso, aunque relacionado con vos, es otro tema que a mi ex y a mí solamente atañe.
Y de este modo, confieso que apenas nadie sabía de ti.
Probablemente saben (o imaginan que saben) muchas más personas, frecuentes del antro en el que nos conocimos, que de mi entorno, lo de nuestro lío. Ni siquiera mi ex sabe, aunque haya quien piense que sí ha sabido.
Qué me pasó, a ciencia cierta, no lo ha sabido por mi boca. Aunque supo que me había enamorado, no de quién ni cómo, por lo que tampoco se atrevió a preguntarme. Y al no contárselo yo, por primera vez en nuestra vida juntos, eso provocó que confesara lo suyo (que yo ya sospechaba) y que tuviéramos una conversación sobre lo nuestro muy necesaria. Pero yo seguí sin desvelarle. Le desconcertó bastante, pero tuvo que aceptarlo... Estaba en mis ojos muy claro que ya no sería transparente para él con eso.
La mirada clavada.
Una de las cosas que nunca superé, además de todas las preguntas y curiosidad que tenía y me callé. Quizá a poco que hubiese rascado te habrías derrumbado. Éramos dos monolitos, amor.
Era imposible que surgiese la chispa necesaria para el polvazo, estábamos los dos aterrados.
La cuestión es por qué. Por qué esa rigidez y ese miedo, deseando estar allí tantas noches atrás, imaginando llegarnos. Llegarnos...
Eres un embustero, siempre lo he sabido.