Porque no estaba en mi mano.
Aún a pesar de todo lo sucedido a posteriori, la decisión, o las decisiones, algunas funestas, desde mi punto de vista, no estaban en mi mano.
Andar vendiendo mis fotos íntimas o mi fuego, sí lo es. Es decisión mía, más que elección. No. Claro que no es libre elección y las circunstancias obligan, a vender lo más preciado, igual que cuando he necesitado me he desprendido de joyas de oro de mi madre, que ya nadie utilizaba pero que tenían un valor mucho más allá del metálico, para mí. No hay mayor perversión que esa, en mi escala de medida. El valor económico arrasando la memoria. Las relaciones familiares, en las que debería reinar el amor. Hay patrimonio común entre varios y siempre, siempre, la mercantilización de los recuerdos que están contenidos y reunidos en un comedor de una casa del viejo Gamonal, viene de la mano de la depreciación. En cuanto se pone a la venta. Se olvida lo que alguien sudó por dar un hogar a esos hijos, ya que casi todos lograron comprar el suyo propio. Ahí está el matiz: casi todos. Alguna no vivió para contarlo ni heredar naturalmente un techo que se habría quedado, de mil amores, pagando a los demás lo que hubiere correspondido.
Pero el patrimonio no solo como colchón. No solo el vil metal. Sino sus historias. Porque ella era una de los dos adecuados para protegerlo y mantenerlo. La de las eternas anécdotas y el "Agustina, ¡cuéntanos cuando lo de las fiestas de Pedrosa, cuando tu hermano 'Raimundín' se perdió de chico!"
Si estaba ella, ella contaba.
Y tener la sensación de no ser conscientes de eso hasta pasado un tiempo, nosotros, sus hijos. Al menos yo. Pero en realidad sí, porque tanto los amigos de mis hermanos como los míos nos hacían saber de la especial y carismática figura social de mamá, ya en la adolescencia. La admiraban y nos lo decían. Era lo que comúnmente se conoce como "enrollada". Lo que era es más viva que un conejo colorado. Y firme defensora de conocer lo que se cuece en la vida de cada uno de sus hijos. Hasta el extremo de ser capaz de llevarse a media cuadrilla de vacaciones a Laredo.
Además hay muchas referencias ya en este blog a ese carácter dicharachero incansable.
Y veo que muy poco dedicado a las penurias. A cuando empezó el tramo verdaderamente grave de la enfermedad, la depresión mayor y el autoaislamiento.
Al ser un ser social, no le gustaba mostrarse mal ante los demás. En todo caso, lo exteriorizaba con mal genio. Se cagaba en todo lo de alrededor parido. Pero jamás con tristeza. Una roca desde muy niña. Pero demasiado pesada ya para removerla con su edad. Así que, para que no la vieran mal, no salía de casa. Y había días que no se levantaba de la cama. Y siempre la gente preguntando por ella y siempre diciendo que estaba mala, con cefaleas o la gastritis. Lo que no se contaba es que no podía con su vida.
Por otro lado, el no salir de casa, le iba peor aún a su ánimo. Al prescindir de la vida social que a ella le daba la vida, se entristecía más y se ponía hosca con nosotros. Nada que ver conmigo, otro rasgo de carácter que me diferencia mucho de mi madre y que, al ser ella así de arrolladora, para mí era un eterno juicio sobre mi cabeza, principalmente de la familia, de expectativas imposibles de satisfacer, por no haber salido a ella en eso. Por suerte, a mi parecer.
Las personas que la querían, por cuantiosas, ejercían presión sobre nosotros, queriendo saber por verdaderamente estar preocupados. Pero a eso se sumaba la muchedumbre de conocidos, medio amigas y cotillas, directamente, que te paraban por la calle para saber de Agus. Y que llegó a ser incómodo y molesto, si soy sincera.
Y ella se fue y esto aún duró años. Gente que no se había enterado o no te había visto hacía tiempo y todavía te daban el pésame a los cinco años de su partida.
Sin elección, ninguna o muy pocas. Tuvo ella. Capacidad de decisión, dentro de sus límites, sí, toda. Ella era la directora de orquesta y por desgracia eso se vio muy pronto, tras su muerte.
Hay historias que se repiten eternamente. El hámster en la rueda, que diría aquel...
Mas todo volverá a su ser, a su cauce natural.
Sí que habrá evolución, pues antes de ver más mermada mi capacidad de decisión, como fue el caso de ella, -teniendo un total de cinco, la última ya no esperada-, a las dos primeras hijas, me planté. Vale que son mellizas, y que eso también influye, como también es un factor importante la edad a la que he sido madre. (Y con quién, para qué nos vamos a engañar a estas alturas)
Pero razón de más porque siempre dije que no sería madre de hijos únicos. Ergo, por ese lado, también he cumplido. Ja.
La cuestión es tal que no, aún no es un mundo lo suficientemente feminista este, ni de coña, pero sobre todo no es lo suficientemente justo socialmente como para que las madres precarias puedan llevar una vida mínimamente digna y feliz sin renunciar a mucha de su libertad personal.
Hablar de libertad de elección en el Puti. Esa trampa.
Yo lo que quiero es capacidad de decisión. Porque quizá resulte que, por horarios o conciliación con la crianza, incluso, este trabajo me dé más libertad y menos estrés que ninguno de los que haya tenido antes en mi dilatada vida laboral.
Que si soy libre para ser puta por o a pesar del capitalismo.
Reflexión para la semana que empieza.
E imaginación a volar, para escribir juntando letras para poneros duros y mojadas.
Oh, Yeah...♥