De Michael Ende. Tan pronto como lo tuve en mis infantiles manos, caí hechizada por el misterio de los hombres grises. Lo releí mucho. De tan chinija que era la primera vez que lo devoré, tardé en descifrar el existencialismo que quería plasmar el autor. Lo terminaba y me quedaba dudando sobre todo.
Se relaciona esto con la propia supervivencia, cuando la tristeza de la falta de suerte u oportunidad, se convierte, con los años, en traba para levantar el ánimo y para el sursum corda, tan necesarios ante la evidencia y la lucidez acerca del profundo y ancho sufrimiento humano en el que nos desenvolvemos, a duras penas, sacudiendo manos emergentes y desesperadas en el borde de la cubierta, para que no nos vuelquen la nave otros hambrientos y sedientos sin suerte. Con peor suerte, aún. La nuestra no mucho mejor, de agarrar rábanos por los pelos y por las hojas, para salvar el culo.
Hoy es así, como también antaño, incluso más duro antes, y siempre será. Ya no es sino sobrevivir. Quizá no es tu caso, pero alguien cerca de ti está en esa tesitura, con toda convicción.
<<Mi vida sale del atolladero y casi ha sido todo una especie de mal sueño>>
Veo mis ojos escudriñando las intenciones del hombre gris que habla a la Momo niña. Hace tanto que me marcó ese libro y que entiendo que el tiempo es para amar, que todo el camino hasta coronar el volcán de la Reina, torna hacia un firme y suave pavimento deslizante y agradable, adquiriendo ante mis ojos el color de la coherencia.
<<Ya llego a mi refugio y descanso>>.