<<Ensaladilla rusa de mamá. Ese sabor único, como tantos otros que sólo estaban en sus manos. O un poco en las de tus hermanos y hermanija, cuando cocinan ellos... Qué bello. También un poco en las de primo Florencio, su carnal, aquellos días previos a Año Nuevo, trabajando en el Cotillón del hotel Fernán González. Sí. También montadora en eventos y camarera en Nochevieja.
¿Cuántas nocheviejas has trabajado tú con veintipocos? Una pregunta que se me ocurre ahora que debería hacer más a menudo...>>
Las dobles puertas cerradas, con doble cerrojo, cadena pasada, por ambos lados.
Y ahora es cuando, mejor que nunca, sabes que era único, aquello que te negaste.
Porque no ves, no lees. Pero igual le piensas. Igual está en tu cabeza.
<<Ya nunca más comerás esa ensaladilla. Ni la prepararás la víspera con ella, hecha con todo el amor para que asiente y bien fría, de horas en la nevera, la disfrutemos en familia y con amigos, en un día de gente sencilla en el campo, con sus mesas y sillas plegables, en la ribera del río, en San Medel. Pelar zanahoria, papa y huevo cocido, picar aceituna, pimiento morrón, espárrago...
Qué fiestas que se han perdido las mambitas... Poca broma, no disfrutar de su abuela Gran Mamba.
Bueno, no. De eso nada. Se las puedo contar y enseñarles la islita>>