14 sept 2021

Desdibujada.

 La mujer puso en pausa la peli que veía online, abrió el reproductor musical y el procesador de textos.

También el editor de imagen, con la última serie de fotos en ropa íntima.

Se desdibujaba otra vez todo. Confusa por la cantidad de juicios de valor errados, los estereotipos al poder, los halagos pastelosos que ves a kilómetros a distancia, dónde van las turgentes intenciones.

Cansancio y borrones de tinta por condensación de la botella de agua fría, apoyada encima del folio más allá de los márgenes del texto.

Por primera vez, echa mucho de menos la lluvia y mirar a través del cristal, que se empaña por la respiración tibia de mi nariz y mi boca, casi pegadas a la ventana. Y entonces ella se acerca, pega su frente junto a la mía, en el cristal, y dibuja un corazón con el dedo en el vapor que exhala de su propia boca. Pues fuera, en realidad, no llueve. Al contrario. es un día de septiembre con 32ºC a la sombra, inusual en la islita.

Se desdibuja su cara, claro. Sabe que está reproduciendo el patrón que les llevó a la separación, pero estando ya separados. Y se desdibuja ese amor tanto que se desploma el alma al recordar otra vez cuántas veces se repite en su cabeza algo que no tiene vuelta atrás ni remedio. Sigue Momo siendo lo mejor que le ha pasado en la vida y la que ha perdido más. 

Más cuanto más tiempo pretendió él mantener la mentira y sepultar los sentimientos. Ella sabía, de cualquier modo, que la mentira acabaría por separarlos. Estaba muy colmado el vaso hacía mucho ya. La había hecho incluso cómplice forzosa de sus mentiras. y su intestino no podía más. Por eso cayó enferma y estaba inmunodeprimida cuando la atacaron los parásitos.

Todo forma parte de lo mismo. Pero de cada detalle, de cada suceso, ha de guardar registro.
Ahora es más importante que nunca.

Los cínicos de su vida, se desdibujan. Quien ve la maligna dependencia o la conoce, del modo que sea y aunque Momo no sea accesible cuando sufre (de hecho es cuando más ganas de aislarse tiene, porque no está preparada para que la vean tan mal), y no coopere en aminorarla en la medida de lo posible, es cómplice, y solo hay palabrería. Que está harta de aguantar el cinismo de quien no entiende que un "estoy aquí para hablar" no le sirve de ayuda cuando necesita comer y pagar facturas, directamente.





Se desdibuja ese mundo de hombres que la contactan para halagos de mierda, que no le dan de comer. No necesita ya a ninguno, para nada. Si hay que luchar contra la agorafobia y volver a currar en los bares, entonces cerramos los puentes de paso a la ínsula.