Leer, ver aquello.
Una frase lapidaria dando donde más duele, en una de tus convicciones más firmes, pilar de tu existencia, contención de la barbarie, camino correcto entre espinas y flores. Pero era necesario. Que lo verbalizara o fotografiara impreso en un soporte de esas seis palabras. Que juntas son un canto amargo a la desesperanza. Y sin esperanza en lo bello, la vida es un asco.
Una vez hecha la condena al sentimiento despojado de la razón, que tantas veces lo malogra, solamente queda traducir el código. Y también dónde están sus raíces, pero no las geográficas, sino las de la patata. Dónde y en qué momento de la dimensión tiempo ocupada por sus latidos, estos dejaron de sonar al ritmo de la melodía de sus sueños.
Porque cuando no hay pragmatismo para los devenires del análisis de la realidad, lo que romantiza el aura de esa persona, tampoco debería haberlos para los asuntos del corazón. Es contradictorio y difícil de encajar en el rompecabezas. Así que desistes. Por terca que sea tu cabeza a la hora de dejar por imposibles los enigmas, insistiendo en entender.
Puesto que la sentencia es ineludible. Te está definiendo. Dice que por inmenso que sea el sentimiento, no podrá derribar el muro que se interpone entre la claridad del día y tú. Aquél día se cerró primero la puerta, antes de que la chimenea se apagara y consumiera el resplandor de las llamas póstumas. Pero la oscuridad había llegado antes de que el último rescoldo se transformara en fría ceniza. Y sin perder un segundo, empezaste con la obra, fuiste añadiendo ladrillos a ese nuevo límite, hasta que alcanzó tu altura, llegado casi el final del año. Pero a tiempo.
La cuestión es que esa concentración de amargura resumida en una fea frase constituyó la completa, total y absoluta rendición. Si alguna vez pensaste que quizá el tiempo hiciera de las suyas un día por casualidad, encogiéndose de golpe al solaparse en el espacio de nuevo dos existencias que aún tienen rastros de bilis comunes, proponiéndose alinear los astros del amor que arrasa, leer esa que pretendiste bofetada a ti propinada, terminó por poner toneladas de cal viva en los nobles sentimientos que algún día te inspiró.
Ver claro que hay reacción al descalabro de la imagen. Que se siente desnudo y descubierto y el siguiente paso sea adentrarse por un campo de minas, para ver si por enésima vez corres a sus brazos. Y no. Porque sabes que no las pisará y que el zorro sigue tras las uvas.
Las del narcisismo. Querría que vuelvas a mostrar más cosas de las que le salvaban del tedio, pero ya no hay interés: hay prudencia y calma. Te has cansado de ser el perenquén paralizado por el miedo, inmóvil, entre las zarpas del gato que juega pero no remata. Si no va a rematar, reconociendo la vil burla, sincera y simplemente diciendo que jugó haciendo trampas, te desprenderás de la cola reptil y huirás lejos, donde el felino cruel no te alcance.
<<La última salida entre la ventisca de sueños rotos también te ha enseñado.>>
Esa salida ha sido un duelo, pero estás muy orgullosa de la entereza y madurez que te da haber pasado por el otro realmente trascendental y relevante de tu vida, porque has sabido desde antes de ponerte a ello que podías con eso.
Vaya que si podías.
Tu racionalidad, puesta en practica cuando ya controlas mejor el porqué de las emociones que te atormentaban, funciona de manera óptima.
Así que ver el resultado del control de aforo a la Ínsula es satisfactorio. Mucho.
Como los elogios por tener ventaja con la sintaxis en clase de Lengua y los sobresalientes en análisis y comentario de los textos.
<<Para ti era fácil. Como amar. Lo difícil es odiar, que lo haces, como el resto, también. Pero a sabiendas de que es una inmolación, para tu manera de ser. Te mata un poquito más rápido que el solo desgaste vital...>>