23 may 2022

Ese lunar.

 Seguramente te haya incluso acomplejado un poco, en alguna etapa tierna y complicada de la vida, pero ese lunar a mí me mata.

Es imposible mirarte a los ojos cuando me hablas para explicarme algo nuevo que yo no conozco del lugar, sin que los míos se deslicen en mili segundos hacia ese adorno en tu piel que me tiene cautivada.

No sé cuánto tiempo más podré disimular tratándote como al resto. Espero que mucho. Muchísimo, ojalá. Pero empiezo a dudar peligrosamente, otra vez, de si contigo el disimulo es eficaz. Porque lo mío no está en la superficie, eso procuro, pero mirarte hace tambalear el firme bajo el escenario. 

Quizá empiece a esquivar tus miradas, dirigiéndolas a un papel o al monitor del pc para anotar algo sin importancia pero que me permita tomar distancia, reforzar el muro.

No quiero. Cada día que no coincidimos es un alivio, para mí. Porque tras de lo sucedido al incorporarte, cuando me di cuenta de que me había enternecido un simple detalle de buen compañero y de que me había reído contigo ya varias veces, me sentí desnuda de nuevo ante miradas indeseadas y capciosas. Las que podrían darse y me incomodan, a raya las quiero tener a esas.

No quiero mezclar cosas, no es eso lo que me mantiene alegre en un lugar lúgubre en muchos aspectos. Es la necesidad de sentirme útil y de ser independiente, esta de un ansia feroz, sin lo que me es imposible ser feliz.


Así que la primavera este año es calurosa y bien bella, en Momolandia.