16 jun 2022

El otro lado.

 Desde allí la panorámica es otra. Los pasos dados en la vida te permiten acceder a esa sala antes cerrada e imperceptible que está un par de puertas antes de la última que se encuentra al final del pasillo. Sí, es una de esas zonas oscuras que a veces ignoras por miedo a la decepción, cuando la mecha ya ha prendido de algún modo.

Estas sombras en el camino que te impiden ver esas salidas de emergencia. Esas sombras que a veces pueden interponerse entre el final de la confusión y tú. Otras veces te ayudan a que no liquides opciones que te benefician y sanan. Son como los rumores y la diferencia entre los que produce la interacción social auténtica y los que se fabrican desde la calumnia con intención de causar males a otros por interés propio. De modo que en ocasiones las sombras ocultan falsas salidas, con carreteras cortadas sin ningún destino que despistan de lo importante. Pero en otras también pueden ocultar verdaderas joyas en el camino, e impedir que la desviación sea un atajo que evite un tramo complicado y arduo, más aún para afrontarlo en soledad.

Otro tortazo. Mayor, menor, igual, pijo, commie, hipster... Que parece que anda probando la capitana de la nave hasta agotar todas las opciones, antes de tirar la toalla con el amor convencional. Pero resulta que la armadora ya está vieja y cansada de aventuras. O le viene todo absolutamente dado cuando se le propone la ruta, con sus puertos previstos y sus prácticos a la entrada para guiarla hasta el muelle, o ya no. Ya los descubrimientos están sobrevalorados en esa parcela. Ya sabe que el destino es que el amor inconmensurable sea medio hasta el fin. Y no hay duda de dónde encontrarlo, para qué buscar en otras paradas. 

Te hace perder tiempo.

Y te sorprendes, minutos después de terminar la conversación telefónica con esa buena compañera y también amiga, ya. Sabes que parte de un error previo sobre la persona de la que te habló, contándote que la ha herido. Pero no puedes decir por qué crees que es un error. No estás segura de ello, además. en tu fuero interno la alarma del sesgo posiblemente funcionando se enciende. Es decir: puede ser tu amiga quien se equivoque o puedes ser tú porque tu mirada no es imparcial, ya. Después de dejar correr el juicio erróneo previo que no aclaras para no resultar sospechosa, la cosa se pone más fea y te pintan una situación injusta y unas decisiones discutibles, acompañadas de manifestaciones verbales que ilustran un comportamiento déspota. Incluso malcriado.

Y ya no, efectivamente. Ya no tratas de relativizar ni estás tan abierta como era costumbre en tu modo de tratar a los demás a dar varios chances y esperar a comprobar con tus ojos. Porque a ti ni de lejos te ha tratado nunca así, primera regla esencial a la hora de no juzgar de manera inflexible los actos ajenos que no tienes manera objetiva de saber si son ciertos tal y como te los cuentan. Ese escepticismo que te da la astucia necesaria para no cagarla en lo básico con las personas. Cuando lo básico es ni más ni menos que el respeto a la verdad rigurosa. Y esta, en este caso, es que a ti en persona no te ha dado ni una sola muestra de despotismo caprichoso. 

Esto hará que sigas poniendo en cuarentena, como con cualquiera, todo lo que te digan sobre él de lo que no puedas contrastar su veracidad. Pero el freno ya lo pones y no sales en su defensa ni haces preguntas ni intentas aclarar o aplacar dudas que sí te asaltan. Te brincan en la cabeza, el coco bulle, pero la boca calla, no verbaliza. Es un cambio. Hay quien dirá que a la prudencia, yo digo que a la cobardía. Por no descubrirte no cuestionas. Por miedo a que si descubres que mienten sobre él, te enternezca más o sientas la necesidad de ayudarle. De que esté bien. Todos pero él más, en particular. A salvo del odio.



Mierda, mierda. Mierda...