El necesario descanso, que no lo es del todo, lo corona con una escapada de fin de semana al Sur más (pero ya no tanto) salvaje. Para reservarse las risas entre chapoteos, coreografías de canciones del verano y payasadas de ninfas inocentes.
No saber lo que te depara la vida y que no importe en el momento presente.
Te espera el azul cristalino de la mar lejana a la civilización. Al ordenamiento urbanístico, oxímoron cínico donde los haya que reciben las calificaciones de suelo ad hoc para profanar ecosistemas marítimo terrestres...
<<Coño, ¡qué caro es plantar una caseta para hacer noche! No, no es la vergonzosa cantidad de los tres mil pavos por semana en el resort, pero sí que al menos me gustaría que se reinvierta bien la tasa por dormir al raso en un cachito de paraíso...>>
Mentiras y más mentiras. Qué mal lo llevas. Tanto si es para engañar a un cliente con la supuesta rotura de stock del vino de la tierra que ha escogido de la carta, como si es una piadosa para aminorar el golpe de la traición. Da lo mismo la entidad, ahora te fijas en todo lo que te rodea, sea brizna o mata, aleteo de polilla o enjambre amenazador de avispas. Estar expuesta a eso y que no te importe.
Al Sur. Siempre recordar que la decisión era tuya primero.
Percibir por instantes que todo lo que amabas puede ser la jaula que no te dejan cerrada con llave, pero que no abres para dejarla atrás.
"Lo malo conocido..."
Soltar el ancla, viajar al sur.
Más al sur.