A esos dedos de pianista que no te tocaron.
A esa grácil manera de caminar, potenciando el agradable conjunto externo de su silueta.
El previsible alejamiento. Por la jerarquía que se interpone y por ese rojerío que llevas en el coño metido y que repele al neocon con pinta de hipster enrollado como el aceite al agua.
Incluso hay un aroma rancio por momentos en ese lugar en que os habéis conocido, por desgracia. Esa decadencia del lujo de escaparate mientras las cucarachas campan a sus anchas por las tripas del invento y las máquinas que han de aliviar la carga se estropean uno y otro día, jornada tras jornada, a golpe de turno frenético por falta de personal que permita la calma.
De quién es y a quién se concede la segunda oportunidad.
<<Empecemos de cero. Cuando empecé aquí estaba contenta. Era temporada re baja, en la isla, pero eso es lo de menos porque el tugurio está corto de recursos humanos y materiales todo el año: si se necesitan cubrir diez hay ocho y si se necesitan seis hay cuatro. El recorte perpetuo, la merma del patrón mezquino, de Consejo de Delegados...>>
Y dando un giro al prisma otra vez, mirando desde ahí. Dos números de cuenta de cotización a la Seguridad Social, eso sois. Insignificantes, invisibles para esas personas metropolitanas y que cuentan beneficios allende los mares mientras tú te vistes con camisa de manga larga y chaleco de doble forro para poner café y tes a más de 30ºC bajo espesa calima.
No hay razones para el recelo que se ha despertado por sus conductas extrañas. Sí para la temida decepción porque llegó el momento de debilidad y falta de coraje para defender al equipo. Cuestiones muy relevantes para ti, a la hora de valorar sus acciones en conjunto.
El problema es el de siempre. Lo de siempre. Está presente ese comportamiento seductor. Las miradas, y en eso no te falla la intuición, que además ya no lo es tanto. Es empírica de la vida, los tropiezos al andar. El ensayo y el error.
Te asusta a veces esa pereza de los últimos tiempos para ensayar. Puede que para evitar quebraderos, pero también porque te has vuelto vaga y tienes que ver muy claro que el esfuerzo vaya a merecer la pena.
Endurecerse. Más. O no, cuando tienes la dulzura de la infancia inocente, compartiendo tus días.
Y es que es por eso. No necesitas los esfuerzos extra ni el amargo de las decepciones, así que las segundas oportunidades las vendes más caras, cada vez.
Sí, de nuevo has ser dura por fuera de tu nido de serpientes.